Pasando por Alto Heridas para Perdonar

David Wilkerson (1931-2011)

Si tú afirmas que no tienes enemigos, te sugiero que eches un vistazo más de cerca. Por supuesto, cada cristiano se enfrenta a un enemigo en Satanás. El apóstol Pedro nos advierte: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8).

Jesús deja en claro que no tenemos nada que temer del diablo. Nuestro Señor nos ha dado todo el poder y la autoridad sobre Satanás y sus fuerzas demoníacas: “He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará” (Lucas 10:19). Cristo declara claramente que la batalla con Satanás ya ha sido ganada.

El significado griego de la palabra “devorar”, como se usa en el versículo 8 del inicio, es “intentar tragarte de un solo bocado”. Pedro está hablando de cualquier tema, una lucha, prueba o tentación, que podría tragarte y llevarte a la depresión, el miedo o el desánimo. Esto se refiere a nuestras pruebas con enemigos humanos: oponentes de carne y hueso, personas con las que podemos vivir o trabajar.

Es posible que tú puedas testificar que has obtenido una gran victoria en Cristo. Has resistido con éxito todas las tentaciones y los malos deseos, todas las lujurias y el materialismo, todos los amores de este mundo. Pero al mismo tiempo, puedes ser devorado por una lucha continua con alguien que se ha levantado contra ti, manifestando envidia y amargura; tergiversando tus acciones y motivos; manchando tu reputación; oponiéndose a ti en cada paso; buscando frustrar el propósito de Dios en tu vida.

Si esto te describe, estás soportando una prueba iniciada por un adversario humano, este ataque personal puede haberte robado toda la paz. Cuando lees las palabras de Jesús que nos amemos unos a otros, quizás protestes: “Señor, te serviré con todo el corazón, pero no esperes que me deshaga de este dolor. Simplemente, no puedo hacerlo”. Jesús dice: “Amad a vuetros enemigos… bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44).

Traemos gloria a nuestro Padre celestial cuando pasamos por alto las heridas y perdonamos los pecados que nos han hecho. Hacer eso crea carácter en nosotros; y el Espíritu Santo nos lleva a una revelación de favor y bendición que nunca antes hemos conocido.