Discerniendo la Voz del Señor

David Wilkerson (1931-2011)

El apóstol Pablo dijo: “Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Corintios 2:2).

¿Has buscado conocer la voz de Jesús, sentado en silencio en su presencia, sólo esperando? ¿Lo has buscado por cosas que no puedes obtener de libros o maestros? La Biblia dice que toda la verdad está en Cristo y que sólo él puede impartirla a través de su bendito Espíritu Santo.

Puede surgir una pregunta en tu mente: “¿No es peligroso abrir mi mente a una voz quieta y apacible? El enemigo puede entrar e imitar la voz de Dios y engañarme. ¿Y no debe ser el Espíritu Santo nuestro único maestro?”

Al igual que el Padre y el Hijo, el Espíritu Santo es una persona distinta, viva y divina en sí misma. Las Escrituras llaman al Espíritu Santo, el Espíritu del Hijo: “Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo” (Gálatas 4:6). Él, también es conocido como el Espíritu de Cristo: “El Espíritu de Cristo que estaba en ellos” (1 Pedro 1:11). “Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8:9). El Espíritu Santo es la esencia de ambos, Padre e Hijo, y es enviado por ambos.

Hay una manera de ser estar protegidos del engaño durante la oración profunda. Nuestra protección está en esperar. La voz de la carne siempre tiene prisa. Quiere gratificación instantánea, por lo que no tiene paciencia. Siempre se enfoca en uno mismo y no en el Señor, siempre buscando sacarnos de la presencia de Dios.

La voz del enemigo también es paciente, pero sólo hasta cierto punto. Puede ser suave, dulce, segura y lógica. Pero si la probamos, al simplemente esperar, es decir, no actuando de inmediato, probándola para ver si es la voz del Señor, ésta se impacientará y se expondrá sí misma. De pronto se volverá fea y exigente, arremetiendo contra nosotros y condenándonos.

Es por eso que la Biblia dice una y otra vez: “Espera en el Señor, espera en él, espera”. Es durante nuestra espera que estas otras voces son expuestas, o se cansan y se van. Debemos esperar, esperar, esperar, para que tanto el cielo como el infierno sepan que no nos rendiremos hasta que el Señor tome el control.