Una Llama Menguante del Espíritu

Gary Wilkerson

En los días en que Elí ministraba al Señor, las Escrituras dicen: “La palabra de Jehová escaseaba en aquellos días; no había visión con frecuencia” (1 Samuel 3:1). A menudo, cuando esto sucede en nuestras vidas, rodeamos esa llama parpadeante con mucho humo y espejos para que se vea mejor de lo que es. Nuestras agendas se enfocan en todas estas cosas externas porque el fuego en el centro es muy pequeño y ya casi no puede dar luz o calor.

Elí era un líder espiritual de su nación en ese momento. Elí pudo haber tenido un asombroso mover de Dios en su tiempo. Tenía el Arca de la Alianza, que era la señal de que Dios eligió hacer una habitación entre su pueblo en el Antiguo Testamento. Tenían la adoración y los sacrificios; y tenían la Torá y la enseñanza de la Palabra.

Tenían toda la ayuda que podían tener, pero las visitas del Señor eran sólo había ocasionales.

Elí estaba eligiendo ignorar o incluso complacer el estilo de vida pecaminoso de sus hijos. Me lo imagino un poco como el rey Saúl, que vendría un poco más tarde. Saul tenía estos momentos y experimentaba estas manifestaciones de Dios, pero sólo duraban un tiempo. ¡El Espíritu Santo caía sobre él y profetizaba, pero al día siguiente volvía a sus viejas costumbres!

Ambos hombres tenían deseos divididos. Era: “Quiero la presencia de Dios, pero cuando vuelva a mi vida normal, quiero transigir un poco y pecar aquí o allá”.

Esta forma de vida tiene graves consecuencias para nosotros. “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios” (1 Juan 3:9-10).

Cuando ignoramos el pecado en nuestras propias vidas y ya no nos aflige, esto comienza a afectarnos de manera seria. Los patrones habituales de pecado en nosotros mismos y en nuestra familia que elegimos pasar por alto son los que más a menudo obstaculizan la presencia de Dios.