UNA COSTUMBRE PELIGROSA

David Wilkerson (1931-2011)

Una vez prediqué un sermón sobre nuestra necesidad de mostrar amor a las personas más cercanas a nosotros. Hablé sobre la pecaminosidad que hay cuando reaccionamos con tanta facilidad; y el Espíritu Santo me trajo convicción de pecado en mi propia vida. He aprendido que cuando el Espíritu Santo habla, vale la pena escuchar. Me arrepentí inmediatamente y luego, después de mucho orar y buscar a Dios, estaba convencido de haber obtenido victoria sobre esa debilidad.

“Caminé en victoria” durante aproximadamente cuatro días cuando una conversación telefónica con un amigo cercano de inmediato encendió la ira y la indignación en mí. Me molesté tanto que apenas podía concentrarme en el Señor y comencé a culpar al diablo por usar a mi amigo para herirme. “Dios, el diablo lo estaba usando para hacerme pecar”.

Dios no iba a dejar que yo, con esa actitud, me saliera con la mía y me habló con voz suave y apacible: “David, estás satisfaciendo tu carne. Estás dejando que tus heridas y desilusiones del pasado te controlen; y lo que estás haciendo es peligroso”.

Me di cuenta de que mi agitación no era el resultado directo de esa dolorosa conversación, sino de que yo había vuelto a caer en un viejo hábito que pensé que ya había vencido, al dejar que, lentamente, cosas entren en mí (ver Efesios 4:26-27). Cuando me di cuenta de esto, lloré delante del Señor: “¿Nunca aprenderé? Me diste este mensaje y se lo prediqué a una gran multitud, pero yo mismo no he andado en victoria esa área”.

Me sentí como un corredor que había caído en la carrera y clamé: “Señor, quiero ganar con tanta intensidad el premio de ser hecho conforme a tu semejanza (ver Romanos 8:29). Después de todos estos años de caminar contigo, todavía no me acerco a la marca. ¡Oh, Dios, yo quiero ser como Jesús!”

Obedece la fiel voz del Espíritu Santo y busca el rostro del Señor. Te sorprenderás de lo rápido que él restaurará en ti la victoria.