Tratando con Sentimientos de Decepción con Dios

Gary Wilkerson

“De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis. Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará” (Juan 6:26-27).

Jesús había alimentado milagrosamente a una multitud de miles, asombrando e impresionando a la gente. Estaban listos para seguir ansiosamente a este Mesías que hace maravillas, hasta que él los desafió sobre lo que realmente buscaban. Entonces su adulación se convirtió en desprecio; y se volvieron y multitudes lo dejaron.

Una pregunta que todo cristiano enfrenta al principio de su caminar con el Señor es: “¿Quién está a cargo de mi vida, yo o Jesús?” ¿Permitimos que Dios tenga una dirección total de nuestras vidas o tratamos de determinar por nosotros mismos lo que Dios quiere de nosotros?

Las personas en esta escena fueron rápidas en seguir a Cristo pero fueron igual de rápidas en rechazarlo. Jesús sabía que esto sucedería, por eso, justo después de hacer un gran milagro para esas multitudes, él los confrontó: “De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis” (ver 6:26).

¿Es lo mismo cierto para nosotros hoy? ¿Qué sucede con nuestro compromiso de fe si las cosas no se cumplen como anticipamos? ¿Seguimos a Jesús principalmente por quién es o por su bendición? El Señor no se doblegará a nuestros deseos para darnos todo lo que queramos, cuando lo queramos. Su deseo es tener una relación con nosotros, una relación continua a largo plazo que dé frutos duraderos. Sus bendiciones son señales de su fidelidad y compasión.

Cuando las multitudes comenzaron a irse, Cristo se volvió hacia los doce discípulos y les preguntó: ¿Queréis acaso iros también vosotros?” (ver 6:67) Esta es una pregunta para todos los cristianos adoloridos de hoy: todos aquellos cuyas oraciones no han sido respondidas de la manera que quisieron; en otras palabras, todos los que están decepcionados con Dios. En esos momentos, todos estamos tentados a rendirnos y alejarnos.

Alabado sea Dios, nuestro compromiso de fe no se basa en lo que Dios nos da, sino en nuestra relación con él y en aquello que sabemos que él es: compasivo, misericordioso y fiel. Y lo mejor de todo, esta relación no depende de nuestro desempeño sino de su fidelidad. ¡Amigo, aférrate a tu fe! Tu Padre celestial está continuamente obrando en favor tuyo.