REVESTIDOS DE PODER

Gary Wilkerson

La Escritura nos muestra cuatro maneras en las que el Espíritu Santo se mueve en nuestras vidas. Primero, como dice Jesús, nadie lo conoce si no nace de nuevo del Espíritu. Por lo tanto, el Espíritu de Dios mora en cada cristiano. Segundo, estamos llamados a permanecer en el Espíritu, a permanecer en intimidad con él en oración. Tercero, debemos ser continuamente llenos del Espíritu, constantemente bebiendo de su pozo de agua viva. Nada de esto significa que el Espíritu nos deja, sino más bien que tenemos un papel en nuestra relación con él.

Finalmente, hay un derramamiento del Espíritu que nos llena de poder, algo que está más allá de nuestra capacidad de producir. Tú puedes preguntarte: “Si nací del Espíritu, y el Espíritu permanece en mí, y yo continuamente bebo del Espíritu, ¿por qué necesitaría al Espíritu derramado sobre mí?” Porque nos ayuda a comprender nuestra necesidad de Dios. Nunca podríamos hacer las obras de su reino en nuestra propia pasión o celo. Debe provenir de él.

A veces lo hacemos al revés en la Iglesia. Creemos que Dios escoge a la persona fervorosa, la que hará que todos los demás estén celosos de Dios. Pero el Señor no busca un corazón fervoroso; él está buscando un corazón hambriento, uno que pueda llenar con su propia mente, corazón y Espíritu. Eso significa que incluso el más manso entre nosotros califica.

Nota la palabra que Jesús usa para describir el derramamiento del Espíritu: “Quédense en la ciudad hasta que sean revestidos del poder de lo alto” (Lucas 24:49, NVI). Esto sugiere un movimiento externo del Espíritu en nuestras vidas, algo que viene de fuera de nosotros. Todos los demás movimientos del Espíritu en nosotros son internos; el nacer de nuevo, permanecer y beber a plenitud. Pero esta es una acción que Dios hace por nosotros. Dependemos de él para que esto se lleve a cabo en nosotros.