El Regalo de la Justicia

Cómo Dios nos convierte en lo que Él ve que somos

¿Qué nos mantiene puros? Esa es la pregunta detrás de un punto clave de la teología cristiana llamado santificación. He leído todo tipo de libros sobre santificación. Pero al leer página tras página, solo he quedado más y más confundido. Parece que cada líder de iglesia tenía su propia idea sobre el tema. Después de mucha oración, creo que Dios me dio una forma de entender su trabajo de purificación y santificación para con nosotros. Aquí hay una definición simple, tal como el Espíritu Santo me lo explicó.

La santificación es el Espíritu de Cristo en nosotros — haciéndonos ser en realidad lo que Dios nos ve que ya somos a través de la justificación. Dicho en palabras simples: Dios ya nos ha hecho "justos" (o, correctos) ante sus ojos, y eso es una santidad maravillosa. Pero ahora él está llevando esa santidad a nuestras vidas prácticas. Esta es la obra del Espíritu de Cristo en nosotros: conformarnos a lo que Dios ya ve en nosotros. "Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 5:23).

Pablo escribe: "Pues la voluntad de Dios es vuestra santificación ... que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor” (4:3-4). El apóstol dice: "Es la voluntad de Dios que vivas una vida santa, que ningún pecado tenga poder o dominio sobre ti.”

No sé cuál es tu tentación. Pero la Biblia dice claramente, "Porque el pecado no se enseñoreará de ti, porque no estás bajo la ley, sino bajo la gracia” (Romanos 6:14). El Señor desea que cada creyente tenga un poder que controle su vida, una verdadera autoridad para reinar sobre el pecado.

“Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia will reign in life through the One, Jesus Christ” (5:17, énfasis mío).

a palabra griega para "reinar" aquí significa "gobernar desde una base de poder." Cuando Pablo habla de "reinar en vida,” habla de tener el poder que gobierna por sobre el pecado, y no solo en el cielo sino también en esta vida. Debemos reinar sobre cada poder demoníaco, cada lujuria, cada principado que viene contra de nosotros. Esa es la verdadera santificación.

Sin embargo, hay otra poderosa verdad contenida en este versículo: "los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia(el mismo versículo, mi énfasis). Aquí Pablo llama a la justicia un regalo. Es algo que se te ha dado, que es de tu posesión, ¡algo que puedes tocar y sentir!

Este "regalo de justicia" es el Espíritu de Jesucristo.

Cuando entregaste tu vida a Cristo, fuiste adoptado como un hijo y te hiciste un co-heredero con el propio Hijo de Dios. En ese momento, Dios envió al mismo Espíritu de Cristo para que more en ti, para que viva en ti, te otorgue poder y en realidad para que viva tu vida por ti. " ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros...?” (2 Corintios 13:5).

Jesús es el único vencedor del pecado, la carne y el diablo. Solo él es el conquistador, el León de Judá. Y Dios envía el Espíritu de este poderoso guerrero para ser nuestro santificador. No tenemos poder en nosotros mismos; todo el poder sobre el pecado, la carne y el diablo radica en el Espíritu de Jesucristo, quien ha sido enviado a habitar en nosotros.

¿Crees que Dios nos justificaría pero luego nos dejaría totalmente impotentes frente a los principados y potestades de las tinieblas? ¿Crees que él nos dice: "Te considero justo por tu fe en la obra consumada de mi Hijo. Ahora, ve y resiste al pecado y lucha contra el diablo lo mejor que puedas. Te recompensaré si te esfuerzas lo suficiente?" ¡No jamás!

Cristo no peleó con el diablo, lo derrotó y regresó al Padre para luego renunciar a nosotros. No dijo solamente: "Hice mi parte. Ahora, hagan lo suyo." No, nuestro bendito Salvador ascendió al cielo con una bandera manchada de sangre que simboliza la victoria total sobre todo el poder del enemigo. Y él todavía está allí ahora, como Dios y como hombre victorioso, sentado en la gloria a la diestra del Padre. Y nos ha enviado su Espíritu, que mora en el corazón de todo verdadero creyente : "el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Juan 14:17).

Tú y yo nunca debemos enfrentar al tentador con nuestras propias fuerzas. Nada de lo que tenemos es adecuado. Y no podemos enfrentar nuestras lujurias y hábitos como soldados débiles, tontos y cobardes. Más bien, según la santa Palabra de Dios, tenemos un Espíritu en nosotros que es más grande que cualquier demonio en este mundo: "Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4). Su Espíritu nos da poder en todas las batallas con la carne y el diablo: "Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros” (Efesios 3:20).

Reinamos en vida solo cuando permitimos que el Espíritu de Cristo viva su vida en nosotros y a través de nosotros. "porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Romanos 8:13). Todo el poder para vencer el pecado, la carne y el diablo radica en el Espíritu de Cristo que mora en nosotros: "para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu” (Efesios 3:16).

Cada pecado que te esclaviza, toda fortaleza demoníaca, exige un milagro de Dios. Solo él sabe cómo liberar a su gente del poder de la oscuridad. Debe hacerse de forma sobrenatural: "Aquel, pues, que os suministra el Espíritu, y hace maravillas entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley, o por el oír con fe?” (Gálatas 3:5). Dios hace milagros no por aquellos que trabajan bajo su propias fuerzas, sino por aquellos que confían en que él lo hará por completo.

La mayor liberación de poder y fe posible es estar totalmente convencido de que Dios te ama.

Pablo dice que el amor es el que libera la fe en nosotros para caminar como Jesús caminó. "porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor” (Gálatas 5:6). “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Romanos 8:37). En estos dos versículos, Pablo conecta nuestra victoria con el amor de Dios hacia nosotros. De hecho, todo este concepto de santificación tiene total relación con el amor.

Pablo dice que la vida de Cristo fue liberada en él a través de una fe que obró por amor: "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20). Pablo estaba convencido de que el Señor lo amaba. Su posición como hijo de Dios produjo fe en él, y esa fe liberó la vida de Cristo en él. "no que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios” (2 Corintios 3:5).

Pablo prácticamente está diciendo: "Dios te amó incluso cuando estabas muerto en pecados. Y ahora que confías en su amor, él te da el poder de la resurrección.” “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo” (Efesios 2:4-5).

Déjame darte un poderoso ejemplo del gran amor de la resurrección de Dios, de mi propia vida. En 1958, entré en los proyectos de Fort Greene en Brooklyn, territorio de la notoria pandilla Mau Mau. Cuando me puse a predicar, los miembros de pandillas hicieron abucheos, gritaron y aullaron. Cuando terminé, fui a hablar con los líderes. Uno de ellos era Nicky Cruz, que había intentado matar a su propio hermano. Le dije: "Nicky, Jesús te ama." Me escupió en la cara y se rió, y luego me maldijo.

Pero Nicky no pudo sacudirse esas palabras: "Nicky, Jesús te ama." Esas palabras se abrieron paso en el corazón de este líder de pandilla, y él no pudo escapar de su poder. Él pensó: "¿Quién podría amarme alguna vez? Odio a la gente. ¡Nadie me ha amado nunca!”

Sin embargo, el Señor entró en el corazón de Nicky — y Nicky finalmente supo quién era: un hijo amado de Dios. La verdad del amor de Dios cambió la vida de Nicky Cruz.

Años más tarde, después de haberse convertido en evangelista, Nicky vino a visitar nuestro ministerio en Texas. Le pregunté qué le había mantenido fiel a Jesús todos estos años. Él dijo: "Hermano David, una vez me dijiste que Jesús me amaba. Me convencí de eso. Entonces, empecé a amarlo también. Eso es lo que me ha mantenido.”

Nicky no tenía ninguna teología de la santificación. Pero él estaba siendo santificado, porque amaba a su Padre y recibía el amor de su Padre.

Puedes preguntarte: "Creo que Dios me ama, pero ¿cuál es mi papel en todo esto?”

Aquí está tu respuesta: "sabe el Señor librar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos para ser castigados en el día del juicio” (2 Pedro 2:9). El Señor sabe todo sobre tu lucha. Él se conmueve con lo que sientes en tu debilidad. Para ti parece imposible, pero Dios sabe exactamente cuándo y cómo te liberará. Gracias a Dios que él no nos dejó ese trabajo a nosotros! Nuestra parte es simplemente reconocer que nuestros propios esfuerzos son inútiles. Debemos someternos al Espíritu de Cristo que habita en nosotros, invocarlo con confianza, clamando: "Señor, no puedo hacerlo, pero tú si puedes. Te lo entrego a ti." Quiero darte uno de los pasajes más importantes de toda la Biblia. Se trata de esta necesidad de confiar en el amor de Dios como un medio para ser liberado:

“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:1-3).

Jesús tiene el poder de purificarnos. Y ese poder solo está disponible para nosotros mientras descansamos sabiendo que somos hijos de Dios y que él nos ama. Es posible que hayas pasado semanas, meses o años luchando contra tu pecado. Es posible que hayas apretado los dientes y hayas prometido tanto a Dios como a ti mismo: "Venceré esto, yo ganaré." Pero ¡No! Habla con tu padre hoy. Echa un vistazo a ese hábito que te está consumiendo la vida y deja que la fe brote de tu corazón: "Oh, Señor, mi poderoso Salvador, sé que me amas. Y tienes todo el poder que necesito. Soy débil, indefenso. Pero confío en tu poder para sacar esta cosa malvada de mi. Señor, necesito un milagro de liberación. ¡Tú me harás libre!”

Entonces escucha para que él hable. Cuando él te habla, el resultado inevitable es siempre la paz. Reclama tu milagro: por oír con fe, no por el poder de la carne. Tu Padre te ama. Ahora, ámalo también como un hijo o hija. ¡Amén!