Los maravillosos beneficios del arrepentimiento

David Wilkerson

Deseo hablarles acerca de dos aspectos muy importantes del arrepentimiento:

  1. Lo que el arrepentimiento requiere, y
  2. ¡Sus maravillosos beneficios!

Mientras más camino con el Señor, más convencido estoy de que el arrepentimiento no es solamente para los pecadores sino que también es para los creyentes. No es algo que se hace una sola vez, sino que es algo que el pueblo de Dios está llamado a hacer hasta que Cristo vuelva.

Espero mostrarles que cada cristiano que mantiene una actitud de arrepentimiento trae sobre su vida atención especial de Dios. En realidad, el arrepentimiento descubre algo para nosotros que ninguna otra cosa puede hacer. Si caminamos con un corazón arrepentido ante el Señor, seremos inundados con bendiciones increíbles.

Pero por el momento, deseo decirle que creo que es absolutamente necesario obtener un corazón arrepentido. Ante todo, este tipo de corazón es suave y dócil. Responde y actúa al ser reprendido por el Señor. Es tierno, fácilmente moldeable por el Espíritu Santo.

Pero la característica número uno de un corazón arrepentido, su fundamento absoluto, es su prontitud para admitir una culpa. Es una disposición a aceptar la culpa por los errores cometidos- es decir: “Yo soy ese, Señor. ¡Yo he pecado!”

Mire, si no se admite haber pecado, no se puede haber arrepentimiento: “Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse.” (2 Cor. 7:10).

Si usted no está dispuesto a admitir que cometió un error, está diciendo que no necesita arrepentirse. Usted se ve a sí mismo como que no ha hecho nada incorrecto a los ojos de Dios.

Antes de que Pilato liberara a Jesús en las manos de los sacerdotes y ancianos asesinos, éste deseó que el mundo supiera que no era culpa suya. Así que pidió un lavatorio con agua, se lavó sus manos en él y se absolvió así mismo ante la muchedumbre enojada. Se declaró así mismo inocente de la sangre de Cristo: “Viendo Pilato que nada adelantaba, sino que se hacía más alboroto, tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros.” (Mateo 27:24).

La frase “allá vosotros” aquí significa: “Estén seguros que saben que mis manos están limpias. Yo no he hecho nada malo. Estoy limpio de toda culpa.”

Por supuesto, las manos de Pilato no estaban limpias; él estaba a punto de entregar al Hijo de Dios a sus asesinos. Esta manera de pensar apaga cualquier posibilidad de arrepentimiento. Si un profeta se hubiese acercado a Pilato el día siguiente, predicando “Arrepentíos o moriréis”, Pilato se hubiese aterrorizado. “¿Quién, yo?”, habría dicho. “No he hecho nada malo. He limpiado mis manos de todo. ¿Cómo me puede arrepentir cuando no he pecado?”

Juan escribe: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros… Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.” (I Juan 1:8,10)

Ahora, yo fui criado en la iglesia y durante mi vida he visto muchas iglesias dividirse. Cada bando se convierte en enemigo del otro, hasta que finalmente un grupo se va de la iglesia y se mueve más adelante para empezar otra iglesia. Entonces los dos bandos se maldicen unos a otros, riegan chismes, se ridiculizan unos a otros, riegan rumores maliciosos.

Si usted pudiese oír las justificaciones que cada bando presentaba, le sorprendería saber que nadie tiene la culpa. Ninguno de los cristianos de los dos bandos admite que han cometido algún error. En cambio, se ven unos a otros como “el enemigo” y esperan que Dios maldiga y juzgue al otro. Les dicen a sus oponentes: “Tan sólo espera. Cuando la gente de tu iglesia comience a morir, entonces se sabrá quién está en lo correcto.”

Así sigue por años. Todos claman a Dios por su lado y se animan a sí mismos con pasajes bíblicos que encuentran para adaptar su agenda. En esencia, lo que hacen es lavar sus manos, clamando: “No he hecho nada malo.”

Malaquías fue un profeta enviado por Dios para reprender a Israel. Sin embargo, cada vez que fue al pueblo con un mensaje fuerte, ellos reaccionaron con una inocencia fingida.

La primera vez que Malaquías fue a ellos, le predicó: “¡Ustedes han profanado la santidad de Dios! Ustedes saben cómo llorar y cubrir el altar con sus lágrimas. Pero Dios ha rechazado todos sus sacrificios - porque ustedes están en pecado.” El pueblo fue muy sacudido. Respondieron: “Pero, ¿por qué? ¿Qué hemos hecho mal?

Malaquías contestó: “… así que no miraré más a la ofrenda, para aceptarla con gusto de vuestra mano. Mas diréis: ¿Por qué? Porque Jehová ha atestiguado entre ti y la mujer de tu juventud, contra la cual has sido desleal…” (Malaquías 2:13-14).

Ellos habían pecado divorciándose de sus esposas y casándose con mujeres paganas. Y mientras tanto habían seguido yendo al altar, llevando a cabo todas las actividades religiosas, con sus corazones llenos de pecado. Estos hombres se habían rebelado abiertamente contra los mandatos del Señor. Pero ellos se negaron esto a sí mismos, diciendo: “¿Qué estás diciendo? Nosotros estamos limpios.”

Así que Malaquías vino a ellos por segunda vez, predicando: “Habéis hecho cansar a Jehová con vuestras palabras.” (Malaquías 2:17). En otras palabras: “Ustedes están diciendo cosas que han sacudido a Dios. Las profanaciones de ustedes le han cansado.”

Otra vez el pueblo, con inocencia fingida, respondió: “¿En qué le hemos cansado?” (mismo verso). En esencia, dijeron: “¿Cómo podríamos haber cansado a Dios? No hemos hecho nada malo.”

Malaquías respondió: “En que decís: Cualquiera que hace mal agrada a Jehová, y en los tales se complace; o si no, ¿dónde está el Dios de justicia?” (mismo verso).

Usted ve, la gente había estado animando a los hacedores de maldad en la congregación. Ellos sabían muy bien que esos rebeldes estaban en pecado - pero les aseguraron que todo estaría bien, que no les caería ningún juicio sobre ellos. Puesto de manera simple, ellos cambiaron el mensaje de Dios - llamando a la bueno malo y a lo malo bueno. Todavía le dijeron a Malaquías: ¿Por qué dices esto? Somos inocentes de cualquier maldad.

Malaquías vino a ellos otra vez, esta vez llorando: “¡Ustedes han robado a Dios!” Y de nuevo la gente le respondió sorprendidos: “¿Qué quieres decir? ¿Cómo hemos robado a Dios?”

Malaquías contestó: “En vuestros diezmos y ofrendas.” (Malaquías 3:8). Les dijo: “¡Ustedes solamente traen basura al altar del Señor! Ofrecen en sacrificio animales cojos y ciegos. Esos no son los diezmos y ofrendas que pertenecen a Dios. ¡Le están robando a Dios lo mejor de ustedes!”

Finalmente, Malaquías dejó de predicarles porque no le escucharían. El capítulo final de este libro nos dice que él les pasó por alto y se volvió a un remanente pequeño, con discernimiento y arrepentidos. Este pueblo recibió su reprimenda y sus corazones fueron movidos por el Espíritu de Dios. Reaccionaron a las palabras convincentes de Malaquías - y en respuesta, ¡Dios les bendijo poderosamente!

David continuamente examinó su corazón delante de Dios. Con prontitud, lloró: “Yo he pecado, Señor. ¡Necesito la oración!” “Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado.” (Salmo 32:5).

El arrepentirse no significa que usted simplemente trata de arreglar las cosas con la persona que usted ofendió. No - ¡se trata de arreglar las cosas con Dios! Es contra Dios que hemos pecado. Sí, debemos disculparnos con los hermanos y hermanas que hemos ofendido. Pero, más importante, debemos arrepentirnos de nuestro pecado ante Dios. David dijo: “Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos; para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio.” (Salmo 51:3-4).

David creyó en escudriñar su corazón - en la dura disciplina de descubrir el pecado: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos; Y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno.” (Salmo 139:23-24).

Este hombre abrió continuamente su corazón a la luz escudriñadora de Dios. Él dijo: “Señor, ven y examina cada rincón de mi corazón. Si he pecado contra ti en alguna manera y no lo sé, por favor, revélamelo. ¡Yo me arrepiento!”

Quizás usted también examina su corazón. Y sin embargo, usted se sale de los tratos del Espíritu diciendo: “Gracias a Dios, estoy limpio. No hay pecado en mí.” Amado, ¡usted está engañado! Las Escrituras dicen que todos hemos pecado y que hemos sido destituidos de la gloria de Dios. “Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras.” (Jeremías 7:10).

Isaías confesó: “Porque nuestras rebeliones se han multiplicado delante de ti, y nuestros pecados han atestiguado contra nosotros; porque con nosotros están nuestras iniquidades, y conocemos nuestros pecados.” (Isaías 59:12).

El profeta estaba diciendo: “Sabemos todo sobre nuestros pecados!” Por supuesto que Dios sabe cuando decimos o hacemos cosas incorrectas. ¡Pero también nosotros lo sabemos!

¿Cuáles son las transgresiones conocidas de las que estaba hablando Isaías? Ellas son: “el prevaricar y mentir contra Jehová, y el apartarse de en pos de nuestro Dios; el hablar calumnia y rebelión, concebir y proferir de corazón palabras de mentira.” (Isaías 59:13).

Hay un pecado de esta lista que se nos hace fácil de justificar a todos. Es el de “concebir y proferir de corazón palabras de mentira”. Significa contar a otros alguna cosa que usted ha oído y que usted cree que es verdad, aunque de hecho es falso. Usted puede manifestarlo “de corazón” - sin embargo, ¡no hay manera de evitar su falsedad!

Algunos cristianos piensan que pueden decir virtualmente cualquier cosa acerca de alguien, mientras sean sinceros al hacerlo. Ellos razonan: “No tengo la intención de hace ningún daño. Puede que no sea lo que otros piensan, pero yo creo con todo mi corazón que es verdad.”

Sin embargo, ¿qué tal si la palabra de ese corazón bien intencionado es mentira? ¿Cómo podría un cristiano justificar el decirla? ¿Cómo alguien podría decir: “Mis manos están limpias”? Aún cuando alguna parte de la información dañina fuese verdad, ¡es verdad que ha caído al suelo y se ha revolcado en el fango! “No multipliquéis palabras de grandeza y altanería; cesen las palabras arrogantes de vuestra boca.” (I Samuel 2:3).

Dios sabe - y nosotros sabemos - todo sobre nuestras lenguas pecaminosas. ¡Y Dios no tolerará chismes ni calumnias de ninguna clase!

Esdras fue un escriba piadoso que amó la ley de Dios y caminó prudentemente delante de Dios. Fue también un guerrero de oración y un fiel predicador de la Palabra de Dios. Sería difícil creer que este hombre pudiera necesitar arrepentirse de algún pecado.

Pero su corazón se quebró al ver los términos medios del pueblo. Cuando fue a Jerusalén, él vio impureza, idolatría, matrimonios mixtos. Por supuesto, él no estaba practicando ninguno de estos pecados - aún así, no fue arrogante y no dijo: “Todos a mi alrededor pueden ser apartados, ¡pero mi corazón es recto delante de Dios.” ¡No! En vez de eso, Esdras se postró en el suelo, llorando y confesando los pecados del pueblo como si hubiesen sido suyos. Se identificó así mismo con el pueblo de Dios - ¡y compartió la vergüenza de ellos!

“… Oraba Esdras y hacía confesión, llorando y postrándose delante de la casa de Dios… No comió pan ni bebió agua, porque se entristeció a causa del pecado de los del cautiverio.” (Esdras 10:1,6). “… Me postré de rodillas, y extendí mis manos a Jehová mi Dios, y dije: Dios mío, confuso y avergonzado estoy para levantar, oh Dios mío, mi rostro a ti, porque nuestras iniquidades se han multiplicado sobre nuestra cabeza, y nuestros delitos han crecido hasta el cielo.” (Esdras 9:5,6).

Esdras, no sólo confesó sus debilidades, sino que también confesó los pecados de toda la congregación. Sintió y expresó dolor y tristeza por el pecado que se había extendido a través de la casa de Dios. Le pregunto a usted: ¿Tomo usted al arrepentimiento de una manera tan seria como ésta?

Daniel tuvo el mismo tipo de corazón arrepentido. Fue un hombre recto, de oración y devoción, quien vivió de una manera tan santa, que usted no hubiese esperado encontrarlo arrepintiéndose. Pero el corazón de Daniel fue sensitivo al pecado y también se identificó con los horribles pecados del pueblo: “Oh Jehová, nuestra es la confusión de rostro, de nuestros reyes, de nuestros príncipes y de nuestros padres; porque contra ti pecamos… Hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas. No hemos obedecido a tus siervos los profetas, que en tu nombre hablaron a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra.” (Daniel 9:5-10).

Daniel repetidamente usó “nosotros”. En esencia, dijo: “¡Cada uno de nosotros está afectado!”.

La clave de todo esto se encuentra se encuentra en este versículo: “Aún estaba hablando y orando, y confesando mi pecado y el pecado de mi pueblo Israel, y derramaba mi ruego delante de Jehová mi Dios por el monte santo de mi Dios.” (Daniel 9:20).

Amado, el Señor me hizo entender esto en estas últimas semanas. Supe que se había levantado una calumnia sobre mí. Eso hirió mi corazón muy profundamente. Lloré por toda una semana, pidiéndole al Señor: “¿Por qué a mí, Señor?

A la siguiente semana fui con un amigo y empezamos a conversar sobre la calumnia. Yo nombré a esa persona que me había calumniado y acentué cada cosa mala que este individuo había dicho. Me quejé, diciendo: “¡Esto es toda una mentira que salió del mismo infierno, y estoy muy herido!”

Esa noche en casa, el Espíritu de Dios me habló: “¿En qué ha sido diferente lo que tú has hecho con tu amigo de lo que te han hecho a ti?” Pensé: “¿Qué estás diciendo, Señor?” El Espíritu susurró: “Tú calumniaste a ese individuo también, al decir lo que él te había hecho. ¡Eres tan culpable como él!” ¡Yo había repetido cada cosa que se me había dicho en privado y la planté en alguien más! Inmediatamente, caí delante del Señor arrepentido. Y desde entonces, él ha estado mostrándome cuán cuidado debe tener con mis palabras.

No mucho antes de ese incidente, había recibido una llamada de un pastor en el Medio Oriente. El pastor mencionó a cierto evangelista que es nuestro amigo en común. Él dijo: “Tengo que decirle, hermano David, que estoy muy preocupado por este hombre. Necesita oración y te llamo para que lo pongas en tu lista de oración. Él ha perdido su unción totalmente. Y cada vez que le veo, ha perdido peso. Todo esto se debe a que él ha estado escuchando a una mujer en nuestro pueblo que tiene un espíritu de Jezabel. ¡Él está bajo su hechizo!”

De repente, caí en cuenta. Este pastor tenía buena intención y de verdad estaba preocupado. Pero, él estuvo calumniando a nuestro amigo evangelista - ¡y yo era tan culpable como él por haberlo escuchado todo!

El Espíritu Santo sacudió mi corazón mientras todavía estábamos en el teléfono. Le dije al pastor rápidamente: “Hermano, vamos a dejar el tema - ¡no diga ni una palabra más! Déjelo en las manos de Dios.” No quería contaminar mis labios o envenenar mi espíritu. Y creo que si hablara hoy con el evangelista calumniado, el diría: “Sí, sé que esos rumores están circulando y eso me duele. Pero, no, esa mujer no es una bruja. Es una mujer cristiana piadosa, una mujer de oración.”

Tuve que tratar en mi propio corazón con las cosas horribles que había oído sobre este hombre. Se había plantado en mí una semilla de desconfianza, y todavía me siento adolorido por esto. Ahora la única manera de lograr que esa semilla salga es orar por mi amigo evangelista y amarlo. ¡Solamente entonces se podrá desarraigar toda la basura!

Un hombre en nuestra iglesia se me acercó recientemente después de un servicio de adoración. Me dijo que había estado hablando mal en nuestra congregación sobre la iglesia a la que había pertenecido anteriormente. Pero Dios le convenció acerca de sus calumnias y ahora él se sentía miserable por esto. El problema era que él había acabado de recibir una llamada de un hombre de esa congregación a la que él había pertenecido, que aún cuando todavía asistía a ella, quería chismear acerca de ella. El hombre me dijo: “Sé que cuando viene a mi casa, va a hablar de nuestra antigua iglesia. Pero yo no quiero escuchar más chismes. ¡Ya me cansé!”.

Las semillas de calumnia tan sólo traen dolor - ¡tanto para el que las planta como para el que las escucha!

El libro de Daniel menciona varios beneficios para aquellos que tienen un corazón arrepentido. De hecho, ¡Dios obra milagros para todos aquellos que admiten su pecado¡

Quiero mostrarle tan sólo cuatro de los muchos beneficios del arrepentimiento. Estas cuatros cosas vinieron a Daniel como resultado de su confesión sincera. Y cada una de ella está disponible para nosotros si nos arrepentimos:

1. Un beneficio es una visión nueva, más clara de Jesucristo.

Lea lo que pasó a Daniel después de arrepentirse. “Y alcé mis ojos y miré, y he aquí un varón vestido de lino, y ceñidos sus lomos de oro de Ufaz. Su cuerpo era como berilo, y su rostro parecía un relámpago, y sus ojos como antorchas de fuego, y sus brazos y sus pies como de color de bronce bruñido, y el sonido de sus palabras como el estruendo de una multitud. Y sólo yo, Daniel, vi aquella visión…” (Daniel 10:5-7).

¿Quién crees que fue la persona que Daniel vio en la visión? ¡Fue Jesús! Qué maravilloso beneficio el Espíritu Santo abrió a Daniel cuando él confesó su pecado. ¡Le dio una clara visión de Cristo en toda su gloria!

Por favor, comprenda: Daniel no estaba orando por esta visión. Todo lo que él estaba haciendo era arrepentirse - confesando y lamentándose por el pecado. ¡Jesús tomó la decisión de venir a Daniel en esta revelación; ¡el Señor mismo inició esto! Cuando nos arrepentimos y arreglamos las cosas con Dios y los demás, no tenemos que buscar una revelación! ¡Jesús mismo se nos manifestará!

Ahora, Daniel tuvo amigos que también fueron piadosos, porque él caminó solamente entre los rectos. Sin embargo, las Escrituras nos dice que ninguno de ellos vio la visión que Daniel recibió: “Y no la vieron los hombres que estaban conmigo, sino que se apoderó de ellos un gran temor, y huyeron y se escondieron. Quedé, pues, yo solo…” (Daniel 10:7-8).

Un verdadero corazón arrepentido nunca tiene que huir del Señor - ¡porque no hay más temor de juicio! Si usted admite sus pecados, mostrando una tristeza piadosa y haciendo restitución, pueda mirar confiadamente el rostro del Señor. No tiene que temblar de miedo cuando escucha la palabra tronadora de reprobación - ¡porque verá a Cristo en su gloria! ¡Usted estará ante sus ojos flameantes mientras todos los demás huyen!

2. Un segundo beneficio del arrepentimiento es que quita el miedo.

“Y he aquí una mano me tocó, e hizo que me pusiese sobre mis rodillas y sobre las palmas de mis manos. Y me dijo: Daniel, varón muy amado, está atento a las palabras que te hablaré, y pone en pie… Entonces me dijo: Daniel, no temas; porque desde el primer día que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la presencia de Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras yo he venido.” (Daniel 10:10-12).

Muéstreme un cristiano que no quiera reconocer su pecado - que dice: “Mis manos están limpias” - y yo le mostraré a alguien con una falsa piedad. Tal persona presenta una gran sonrisa, camina confiadamente y fanfarronea de que todo está bien. ¡Pero todo es una fachada! La Biblia muestra con claridad que cualquier que oculta su pecado no prosperará. Dios quita su Espíritu de esa persona y su alma es sacudida como las olas. ¡Su corazón no arrepentido está lleno de temor e intranquilidad!

Pero, muestre un cristiano arrepentido - uno que es sensitivo al pecado, dispuesto a ser examinado, clamando: “¡Soy culpable, oh Dios!” - y yo le mostraré al alguien que pronto caminará cada día sin ninguna clase de temor. Dios extenderá su poderosa mano del corazón de ese creyente y le arrancará todos las raíces de temor. Y pronto esa persona conocerá el inmensurable favor y bendición de Dios.

“… Daniel, varón muy amado… ponte en pie…” (Daniel 10:11).

Jesús le dijo a Daniel: “¡Ponte en pie, hombre arrepentido! Yo te quitaré todos tus temores. ¡Y voy a ponerte sobre tus pies y voy a bendecirte con mi favor!

Amado, deje que Dios escudriñe y examine su corazón. Pida al Espíritu Santo que le revele cada cosa que usted ha dicho o hecho que le ha ofendido a él. Piense en alguien que usted haya calumniado o de quien usted haya chismeado, y admita cuán pecaminoso eso ha sido. Vaya a esa persona, o llámela por teléfono, y arregle las cosas.

Ahora, no es suficiente decir: “Si yo te he ofendido en algo…”. Eso no es arrepentimiento. ¡Arrepentimiento es admitir que lo que usted pecó! Así que dígalo. Dígale a la persona exactamente lo que usted dijo o hizo, y arréglelo.

Yo le prometo que si usted arregla las cosas, liberará un favor de Dios en su vida cómo nunca usted ha conocido! El Señor abrirá sus ojos, sus oídos, su comprensión, y le será dada una revelación de las cosas venideras: “He venido para hacerte saber lo que ha de venir a tu pueblo en los postreros días…” (Daniel 10:14).

3. Un tercer beneficio del arrepentimiento es el obtener unos labios nuevos.

A Daniel le fueron dados unos labios nuevos que habían sido tocados por la mano limpiadora de Dios: “Pero he aquí, uno con semejanza de hijo de hombre tocó mis labios. Entonces abrí mi boca y hablé…” (Daniel 10:16)

Ahora, en cualquier momento que Daniel habló, él habló ¡“como si fuera al Señor”! Isaías fue un hombre piadoso que había hablado profecías poderosas. Pero cuando se presentó ante el Señor en toda su santidad, este profeta tan sólo podía decir: “… Soy hombre inmundo de labios…” (Isaías 6:5).

Dios tomó carbón encendido del altar y puso las tenazas sobre los labios de Isaías y quemó toda escoria, orgullo y carnalidad - ¡cada cosa que no era a la semejanza de Dios! ¡Y le dio a Isaías unos labios nuevos! Yo creo que el profeta nunca tuvo que purificar sus labios nuevamente.

¡Dios todavía hace esto por cada persona que se arrepiente! Una vez que su lengua y sus labios son purificados, usted nunca más deseará hablar algo que no le agrade a Jesús. ¡Sus palabras serán puras!

4. Finalmente, un cuarto beneficio del arrepentimiento es paz y fortaleza.

“… La paz sea contigo; esfuérzate y aliéntate. Y mientras él me hablaba, recobré las fuerzas, y me dije: Hable mi señor, porque me has fortalecido.” (Daniel 10:19).

El alma de Daniel estaba en agonía. El había estado en lamento por el pecado - orando, ayunando, llorando - y eso le dejó aplastado sobre el suelo, totalmente agotado. El gimió: “… me han sobrevenido dolores, y no me queda fuerza.” (Daniel 10:16).

Entonces, Jesús vino a él y tocó su cuerpo. Y de repente, Daniel fue colmado de paz y fortaleza. “… Muy amado, no temas; la paz sea contigo; esfuérzate y aliéntate…” (Daniel 10:19).

Jesús le dijo a Daniel: “Oh Daniel, te amo. Y quiero darte mi paz. Ahora, ponte de pie y sé fuerte!”

El cristiano arrepentido puede estar abatido, totalmente agotado, abromado por el sufrimiento y el cansancio. ¡Pero el Señor siempre viene a tocar su cuerpo - para darle paz y fortaleza renovadas!

Le pregunto: ¿Tiene usted un corazón arrepentido? ¿Desea tenerlo? Arrodíllese y clame en confesión - por usted, por su familia, por los que usted ama, por su iglesia. Recibirá una increíble revelación de parte de Dios. Comenzará a hablar con labios puros. Nunca más tendrás temor de ninguna clase. Y conocerás la paz y la fortaleza de la mano poderosa de Dios.

Mejor que todo, cada uno de estos maravillosos beneficios serán depositados sobre usted diariamente: “Bendito el Señor; cada día nos colma de beneficios el Dios de nuestra salvación.” (Salmo 68:19). Usted conocerá el gozo de caminar en arrepentimiento. ¡Aleluya!