Las Batallas Solitarias que Peleas

David Wilkerson (1931-2011)

“Las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Corintios 10:4-5).

En este momento, los poderes de las tinieblas de Satanás en todo el mundo se están regocijando. Estas fuerzas demoníacas se han infiltrado en las altas esferas del poder humano: los medios de comunicación, las oficinas políticas, los tribunales superiores. Está sucediendo incluso en denominaciones religiosas.

Todos estos principados demoníacos tienen una agenda. Trabajan para erosionar los valores morales y derribar el poder salvador del evangelio. Parece que cada institución, cada agencia está ahora infiltrada y dominada por estos poderes espirituales impíos. Sin embargo, nosotros sabemos cómo termina esta guerra: en la cruz, con la victoria de Jesucristo.

Definitivamente habrá tiempos de guerra, guerras que no involucrarán al vasto Cuerpo de Cristo en todo el mundo, sino que serán privadas, batallas y luchas que sólo tú conoces. Estas son guerras de la carne y traen una carga que no puedes compartir con nadie. Son guerras solitarias, sólo entre Jesús y tú.

Con demasiada frecuencia, como cristiano, puedes convencerte a ti mismo de que lo correcto es apretar los dientes durante tus batallas. Pero Dios no quiere que pongas una fachada falsa. Él sabe por lo que estás pasando y quiere compartirlo contigo.

Cuando el rey David cometió adulterio y luego cayó en una guerra privada de condenación y arrepentimiento, él no trató de arreglar las cosas por su cuenta. Entonces, ¿qué hizo? Primero, clamó al Señor: “¡Oh, Señor, ayúdame pronto! Estoy a punto de caer, así que date prisa y líbrame. Tu palabra promete que me librarás, así que hazlo ahora” (ver Salmos 70).

Luego, David tomó una decisión: “Viva o muera, engrandeceré al Señor en esta batalla”. “Engrandecido sea Dios” (Salmos 70:4). Y se entregó plenamente a la misericordia del Señor: “Cuando yo decía: Mi pie resbala, tu misericordia, oh Jehová, me sustentaba… Tus consuelos alegraban mi alma” (Salmos 94:18-19).

Amado, puedes hacer de este tu testimonio. Mira todas tus angustias, adversidades, ansiedades y tentaciones, y di con fe: “Por la gracia de Dios no caeré”. Y él te dirá: “Bástate mi gracia” (2 Corintios 12:9).