LA ZARZA ARDIENTE

David Wilkerson (1931-2011)

Moisés estaba solo en el Monte Horeb, pastoreando a las ovejas de su suegro cuando un extraño evento captó su atención: un arbusto estaba en fuego. Cuando se adelantó para ver más de cerca, Dios lo llamó para que se alejara de la zarza.

“Entonces Moisés dijo: Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema. Viendo Jehová que él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza” (Éxodo 3:3-4).

Dios estaba presente en la zarza y por eso estaba ardiendo, pero no se consumía. Era una representación visual de la santidad de Dios.

El Señor le dijo a Moisés: “No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es” (Éxodo 3:5). La mayoría de nosotros pasa por alto este versículo sin comprender su tremenda profundidad de significado. Y tiene todo que ver con la forma de ser santo.

Verás, Moisés estaba a punto de ser llamado al propósito eterno de Dios para su vida: Liberar a Israel de la esclavitud. Pero primero Dios tuvo que mostrarle a Moisés el terreno sobre el cual él, el Señor, nos recibe. Tiene que ser tierra santa. En resumen, Moisés estaba siendo llamado a una comunión cara a cara con un Dios santo, y él tenía que estar debidamente preparado para ello.

Moisés tuvo miedo cuando Dios le habló: “Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios” (Éxodo 3:6). ¿Por qué tenía miedo? ¡Porque recibió una revelación del asombroso terreno sagrado en el cual somos recibidos por Dios!

El Nuevo Testamento contiene un versículo correspondiente: “A fin de que nadie se jacte en su presencia” (1 Corintios 1:29).

Este versículo de Pablo no es sólo una verdad del Nuevo Testamento. También era verdad en los días de Moisés. Moisés tuvo que saber por sí mismo que la obra de Dios no se logra a través de la capacidad humana, sino por la confianza y la dependencia totales en el Señor. La santidad no es algo que podamos alcanzar o resolver. Más bien, es algo que creemos por fe y confiamos en la obra de Jesús.