La Oración de Cristo por Sus Amados

David Wilkerson (1931-2011)

Dios el Padre designó a su Hijo Jesús para que se convirtiera en nuestro sumo sacerdote en gloria. De hecho, Jesús está en gloria ahora mismo, como hombre y como Dios, en favor nuestro. Está vestido con las vestimentas de un sumo sacerdote y se encuentra ante el Padre intercediendo por nosotros.

Sin duda, el Padre se complace en tener a su Hijo a su mano derecha, pero la Biblia no dice que Jesús ascendió por el bien de su Padre. No dice que ascendió para recuperar su gloria. No, las Escrituras dicen que Cristo ascendió al cielo en favor nuestro como sumo sacerdote. “Porque… entró Cristo… en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios” (Hebreos 9:24).

Juan vislumbró a Jesús en su ministerio como nuestro Sumo Sacerdote en gloria. Él escribe que Jesús apareció en medio de siete candelabros, los cuales representan a su iglesia; y ministró entre ellos con un atuendo particular: “Vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro” (Apocalipsis 1:13).

Éxodo 30 nos da una imagen maravillosa del ministerio del tabernáculo y el sumo sacerdote. Un altar hecho de oro se encontraba justo antes de la entrada al Lugar Santísimo en el tabernáculo. Se colocaba incienso sobre el altar y se quemaba en todo momento. Aaron, el sumo sacerdote, cuidaba las lámparas y las mechas todas las mañanas y todas las noches. A lo largo de todos los viajes por el desierto de Israel, el altar de oro llenaba el Lugar Santo con una nube de incienso aromático y dicha fragancia se elevaba constantemente al cielo (véase Éxodo 30:7-8).

En la Biblia, el incienso representa la oración y el incienso siempre encendido en dicho altar en el Lugar Santo representa las oraciones de Jesús mientras estuvo en la tierra. Jesús oraba constantemente: en la mañana y en la tarde, en la soledad, en las montañas. Juan 17 se trata de la oración de Jesús por sus discípulos y por su pueblo, que lo seguía y creía en él; pero también oró por los que “han de creer en mí” (17:20). ¡Qué verdad tan poderosa! Las palabras de Jesús nos incluyen a ti y a mí. Él estaba orando por nosotros incluso cuando andaba por esta tierra en la carne.

Amados, esta oración que Jesús oró por nosotros no se desvaneció en el aire. Ha estado ardiendo en el altar de Dios todo este tiempo y Dios acepta las oraciones de su Hijo por cada uno de nosotros. Nuestra conversión, nuestra salvación, es el resultado de las oraciones de Jesús. ¡Aleluya!