La Gracia Gobierna

Estoy convencido de que hay gran hambre en todo el mundo por la gracia incondicional de Cristo. La escritura da fe de esta hambre. Lucas menciona que cuando Jesús predicó el Sermón del Monte, una multitud de miles “Habían llegado para oírlo y para ser sanados de sus enfermedades; y los que eran atormentados por espíritus malignos fueron sanados.” Lucas 6:18 (NTV). Estas masas habían venido porque habían oído un rumor acerca de un hombre de gracia que los sanaría.

“Había gente de toda Judea y Jerusalén, y de lugares tan al norte como las costas de Tiro y Sidón.” Lucas 6:17(NTV). Ésta multitud de personas sufriendo no habían viajado largas distancias para oír a un predicador presionarlos para que trabajen más arduo, ya ellos estaban desgastados por el desánimo, enfermedades y la desesperación de fallar en sus esfuerzos por mantenerse santos. Esto no era una reunión de “buenas” personas. Muchos de ellos eran seguramente marginales, gente que había sido dejada de lado a causa de su condición. Cualquiera fuera el caso, el haber guardado la ley, no les había dado vida.

Para estos hambrientos peregrinos, la reputación de la gracia de Jesús resulto ser cierta. El no solamente predico acerca de la gracia, pero la demostró sanando a todos: “Todos trataban de tocarlo, porque de él salía poder sanador, y los sanó a TODOS”. Lucas 6:19 (NTV, énfasis propio). Imagínese: De todos esos miles, ninguno volvió a su casa sin ser sanado. No hubo una sola enfermedad que haya quedado. Ninguna vida destrozada se fue sin ser tocada. Increíblemente, ningún alma dejó de ser afectada por la maravillosa gracia de Cristo Jesús.

Muchos de nosotros ignoramos la gracia sanadora de Jesús en el Sermón del Monte y enfatizamos las bienaventuranzas.

Según cuenta Lucas, Jesús procedió directamente de hacer esas sanidades a presentar las bienaventuranzas, “Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.”(Lucas 6:20-21). En el relato de los otros evangelios también se incluyen bendiciones adicionales: a los humildes (heredarán la tierra), a los puros de corazón (verán a Dios), a los misericordiosos (se les mostrara misericordia).

Cuando yo era niño, media mi caminar con Cristo con cuán bien demostraba humildad, pureza y misericordia. Si yo mismo me sorprendía siendo agresivo, yo pensaba “Necesito ser más manso y humilde”, o si tenía pensamientos de índole sexual, me preguntaba, “¿Como seré capaz de mantener un corazón puro?”. Como muchos otros antes de mí, yo convertí la promesa de gracia de bendición en leyes (o mandamientos) que yo trataba de cumplir. Si yo vivía las bienaventuranzas lo suficientemente bien, entonces quizás Dios diría: “Gary, tu eres bienaventurado” (o bendecido).

No! Eso es completamente al revés y absolutamente contrario al evangelio de Cristo. Cuando Jesús miró a esa multitud de gente, él ya los veía pobres en espíritu, arrodillados en humildad, agobiados por las enfermedades, exhaustos por sus propios esfuerzos de vivir una buena vida. Entonces, ¿qué hizo él? ¡Él hablo bendiciones sobre ellos! así como el Señor habló sobre la creación en un vacio de completa oscuridad, Jesús hablo de sublimes bendiciones a esos devastados pecadores, gente abatida por la misma vida. El les aseguró, “vinieron aquí de luto, pero ya ustedes son bendecidos en los ojos de Dios. Bendecidos en sus matrimonios, en sus labores, en lo más profundo de sus almas.”

Este era un mensaje radical para sus oídos, esta gente solo conocía los términos del antiguo pacto. Ellos pensaban que se merecían escuchar “Ustedes están malditos, no han podido guardar las leyes de acuerdo a Deuteronomio, de lo contrario, ustedes serian bendecidos. A causa de que han transgredido la ley, han traído maldición a sus vidas” pero Jesús les dijo lo opuesto “antes de que ustedes hagan algo para mi, que oren o que me adoren, o me confiesen, ¡de antemano yo ya los he bendecido!

A pesar del mensaje claro de la gracia de Jesús, muchos de nosotros insistimos en seguir viviendo en el orden de la ley.

Muchos cristianos de hoy comparan sus vidas con la balanza de la justicia. A un lado ponen todas sus acciones piadosas y por otro lado acumulan una creciente pila de pecados y fallas. Si sienten que sus vidas se inclinan demasiado hacia el fracaso, se sienten obligados a orar más, a leer más la Biblia, asistir más a la iglesia. Aun así, ninguna cantidad de buenas obras adicionales pueden nivelar la escala de justicia que ellos mismos han creado.

Recientemente miré un videoclip que contenía una escena de una cadena de comidas rápidas y el hombre ordenaba por alta voz. Cuando terminó de pedir su orden, la voz del otro lado le preguntaba, “¿y qué más?” Sintiéndose culpable, el agrega papas fritas a su orden. La voz vuelve a preguntarle, “¿y qué más?” Desconcertado, el hombre agrega un postre. Nuevamente la voz vuelve a preguntarle, “¿y qué más?” Esto continuó así hasta que el conductor frustrado gritó “¡No, No, No! ¡No pregunte qué más!”

Esto podría ser una figura de nosotros, tratando por nuestros propios medios de obtener la justificación de Dios. Cuanto más esfuerzo propio ponemos, más nos acercamos al momento de estar forzados a decir, “¡NO MÁS!”. Esto explica por qué muchos cristianos se sienten exhaustos al tan sólo pensar en servir a Dios. Pablo llama a estos esfuerzos propios “obras muertas”' por una razón: su enfoque nunca producirá justificación o traerá gozo, sino solamente agotamiento y miseria. No hay vida en ellos, solo muerte, porque ese no es el evangelio de Cristo.

Pablo escribe “el pecado de un solo hombre, Adán, hizo que la muerte reinara sobre muchos” (Romanos 5:17). Si la muerte gobierna tu caminar, si tú cargas el peso constante de las acusaciones del pecado, si nada de lo que haces es suficientemente bueno, entonces tú estás escuchando a la vieja voz de la naturaleza de Adán. De esa vieja naturaleza nace cada intento carnal de apaciguar a Dios, lo cual es contrario a tu identidad en Cristo.

Luego Pablo añade, “pero aún más grande (que Adán) es la gracia maravillosa de Dios y el regalo de su justicia” (Romanos 5:17). ¿Cómo obtenemos esta justicia? Pablo nos dice en lo que sigue del texto “porque todos los que lo reciben vivirán en victoria sobre el pecado y la muerte por medio de un solo hombre, Jesucristo” (Romanos 5:17, énfasis propio). Estamos destinados a tener victoria sobre el pecado no a través de nuestro propio esfuerzo, sino a través de un hombre, Jesús. Entonces Cristo nos urge: ¿por qué no tomas esa escala que tú mismo has creado, y la dejas aquí, a los pies de la cruz? Yo nunca te llamé a apaciguarme, te he llamado para una cosa, que recibas la bendición de mi gracia.

Por su gran don, Cristo hace que la gracia,- y no nuestra naturaleza pecaminosa - gobierne nuestras vidas.

Muchos cristianos no lo admitirán, pero aún quieren seguir aferrados a sus escalas. ¿Por qué? En lo profundo ellos creen que la gracia de Dios es demasiado buena como para ser cierta. Ellos creen que les da demasiada libertad, tanta que podrían aflojar en sus servicios piadosos y comenzar a pecar. Ellos se aferran a las obras porque están convencidos de que es lo único que los va a mantener en una senda justa.

Pablo se anticipa a este pensamiento, el cual termina en obras muertas, el responde: “Ahora bien, ¿eso significa que podemos seguir pecando porque la gracia de Dios nos ha liberado de la ley? ¡Claro que no! ¿No se dan cuenta de que uno se convierte en esclavo de todo lo que decide obedecer? Uno puede ser esclavo del pecado, lo cual lleva a la muerte, o puede decidir obedecer a Dios, lo cual lleva a una vida recta. Antes ustedes eran esclavos del pecado pero, gracias a Dios, ahora obedecen de todo corazón la enseñanza que les hemos dado.” (Romanos 6:15-17).

¿Cuál es la enseñanza a la que Pablo se refiere aquí? ¡Es que ahora somos propiedad de la gracia de Jesucristo! Por lo tanto, ya no continuamos pecando como antes lo hacíamos, porque esa ya no es nuestra identidad. “Esto significa que todo el que pertenece a Cristo se ha convertido en una persona nueva. La vida antigua ha pasado, ¡una nueva vida ha comenzado!” (2 Corintios 5:17). Finalmente Pablo dice, “Por lo tanto, mis amados hermanos, la cuestión es la siguiente: ustedes murieron al poder de la ley cuando murieron con Cristo y ahora están unidos a aquel que fue levantado de los muertos. Como resultado, podemos producir una cosecha de buenas acciones para Dios.” (Romanos 7:4).

La nueva vida que se nos ha dado -la vida de Jesucristo mismo- nos resucita para servirle en libertad, paz y amor. Desencadenados de agotadoras obras obligatorias, podemos ahora gritar con David “Señor, me deleitó en hacer tu voluntad” y no podemos dejar de testificar de Jesús a un mundo que está hambriento, desesperado y sediento por su gracia. En pocas palabras, la gracia produce resultados.

Amigo, tú no puedes extraer vida de algo que está muerto. Solo Jesús tiene el poder de resucitar nuestro viejo y muerto hombre a nueva vida. Esta clase de gracia es incomprensible, tanto más allá de nuestro entendimiento que no seremos capaces de comprenderlo totalmente en esta vida. Del mismo modo, nunca seremos capaces de alcanzarlo por nosotros mismos. Como Pablo escribe, “Ahora vemos todo de manera imperfecta, como reflejos desconcertantes, pero luego veremos todo con perfecta claridad. Todo lo que ahora conozco es parcial e incompleto, pero luego conoceré todo por completo, tal como Dios ya me conoce a mí completamente.” (1 Corintios 13:12).

Nota la última frase: tú eres conocido completamente por el Señor, aún en medio de tu vida arruinada llena de lamento y quebrantamiento, y él dice que tú eres bendecido (bienaventurado). Como verás, la nueva vida que tienes no es algo logrado sino algo recibido. Entonces, ¿podrías renunciar a tu balanza y caminar en la nueva vida con la que Jesús te ha honrado? No tienes que traerle nada, porque Él ya ha hablado su bendición sobre tu vida. ¡Recíbela y entra a cada buena obra que Él te ha preparado por gracia!