Herederos Por Su Misericordia

David Wilkerson (1931-2011)

“Para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino lo que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe” (Filipenses 3:8-9) La única justicia que Dios acepta es la justicia perfecta de Jesucristo nuestro Señor. Y es una justicia que sólo se puede obtener por fe.

El escritor de Hebreos nos presenta la verdad de que esta justicia es la herencia de todos los verdaderos creyentes. Es algo que Jesús nos dejó, un legado: “Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe” (Hebreos 11:7). Noé se convirtió en un heredero no por construir un arca sino por lo que creía y predicaba. ¡Él comprendió este conocimiento de la justicia que Dios le había revelado, una justicia que es por fe, y se convirtió en el heredero de una justicia perfecta!

Amado, a ti y a mí nos ha sido dada una gran herencia cuando Cristo partió de la tierra. Él nos dejó un título y un testamento de su propia justicia perfecta. Jesús vivió en la pobreza absoluta mientras estuvo en esta tierra. No poseía nada, pero nos dejó riquezas mayores que las minas de diamantes de Sudáfrica; los campos petroleros de Medio Oriente; el oro y la plata enterrados bajo las montañas de América. Jesús nos dio una herencia que nos puede hacer mucho más ricos que cualquier persona sobre la faz de la tierra, una herencia que nos permite estar ante Dios sin condenación.

Nunca podríamos cumplir con las demandas de la justicia para cumplir la ley de Dios, así que Jesús vino a la tierra y cumplió perfectamente la ley de Dios. Nunca falló en un punto y todo lo hizo por motivos puros de amor. “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (Mateo 5:17).

¿Hay algo bueno en ti que haga que Dios envíe a su Hijo a morir por ti? ¡No, es un acto de completa misericordia y gracia! Por el poder del Espíritu Santo, él te aleja de toda iniquidad y te da poder para vivir la justicia que él te atribuye. ¡Aleluya!