HACIENDO HUIR A NUESTROS ENEMIGOS

David Wilkerson (1931-2011)

El pecado hace que los cristianos se vuelvan cobardes y vivan derrotados. Algunos sabían lo que era vivir victoriosamente y experimentar el poder, el valor y la bendición que provienen de la obediencia al Señor. Pero un pecado asediante les ha robado su vitalidad espiritual y el enemigo levanta una batalla tras otra.

Es posible vencer un pecado que se ha convertido en un hábito. Pablo peleó una batalla entre la carne y el Espíritu y confesó: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago” (Romanos 7:19). El temor de Dios contra el pecado es la base de toda libertad. Dios no puede tolerar el pecado y él no puede hacer una excepción.

Mientras que Dios odia el pecado con un odio perfecto, él nos ama a cada uno de nosotros con una compasión infinita. Su amor nunca cederá ante el pecado, sin embargo, él se aferra a su hijo pecador con un propósito en mente: recuperarlo. El conocimiento de que él te ama a pesar de tu pecado debería ser suficiente para aceptar ese amor. ¡Y Dios se compadece de ti! Él conoce la agonía de tu batalla y siempre está ahí, asegurándote que nada podrá separarte de su amor.

“Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:37-39).

La victoria sobre el pecado asediante hace que todos los demás enemigos huyan. La preocupación, el temor, la culpa, la ansiedad, la depresión, la intranquilidad, la soledad, todos son tus enemigos. Pero los justos son tan confiados como un león y su conciencia limpia los convierte en una fortaleza que estos enemigos no pueden invadir.

¿Quieres la victoria sobre todos tus enemigos? Entonces trata ferozmente con tu pecado. “Despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante” (Hebreos 12:1).