Guardando la Palabra de Dios en Nuestro Corazón

David Wilkerson (1931-2011)

En generaciones pasadas, Dios tocaba y ungía a hombres y mujeres particulares de una manera poderosa. Estos seguidores de Dios se involucraron de lleno con el Señor y con su causa y se levantaron en fe. Despertaron y cambiaron los destinos de naciones enteras; y uno de esos hombres fue Daniel.

“Y volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza. Y oré a Jehová mi Dios e hice confesión” (Daniel 9:3-4).

El profeta Daniel discernió los tiempos porque conocía el corazón de Dios. “Yo Daniel miré atentamente en los libros el número de los años de que habló Jehová al profeta Jeremías” (9:2). Daniel llegó a este camino de conocimiento y discernimiento a través del estudio de la Palabra de Dios. Él permitió que las Escrituras se apoderaran de él por completo; y las citaba a menudo y extensamente porque las había guardado en su corazón.

En Daniel 10, a este profeta piadoso se le dio una visión de Cristo. “Alcé mis ojos y miré, y he aquí un varón vestido de lino, y ceñidos sus lomos de oro de Ufaz… su rostro parecía un relámpago, y sus ojos como antorchas de fuego… y el sonido de sus palabras como el estruendo de una multitud” (10:5-6).

Había otros hombres con Daniel cuando tuvo la visión. Estos hombres tenían que ser creyentes porque en su cautiverio, Daniel había establecido un estándar para no asociarse con los malvados. Sin embargo, estos creyentes que estaban con él ahora no eran como Daniel, así que cuando llegó la visión, ellos huyeron. “Y sólo yo, Daniel, vi aquella visión, y no la vieron los hombres que estaban conmigo, sino que se apoderó de ellos un gran temor, y huyeron y se escondieron” (10:7). ¿Por qué huyeron con miedo? Porque había pecado oculto en sus corazones.

¿Dios levanta a tales hombres y mujeres hoy? Sabemos que Dios “es el mismo ayer, hoy y siempre” (Hebreos 13:8). Servimos al mismo Dios que las generaciones pasadas; de hecho, poseemos algo que los antiguos piadosos no tenían: el don de su Espíritu Santo.

Amados, los animo a que sean llenos del Espíritu, pongan su rostro hacia el Señor y salgan y sean apartados.