ENTRENANDO PARA EL PROPÓSITO DE DIOS

David Wilkerson (1931-2011)

“Quiero que sepáis, hermanos, que las cosas que me han sucedido, han redundado más bien para el progreso del evangelio” (Filipenses 1:12). Pablo está diciendo a los cristianos en Filipos que no se preocupen por todas las cosas que él había soportado.

Curiosamente, Pablo escribió esta epístola mientras estaba atado en una prisión romana. En ese momento él era un guerrero experimentado del evangelio, habiendo soportado todas las dificultades imaginables. Si estudias la vida de Pablo, sabrás el tipo de cosas que él enfrentó: naufragios; golpes; burlas; hambre y sed; difamación de carácter. Y, lamentablemente, las peores aflicciones de Pablo llegaron por mano de aquellos que se llamaban a sí mismos creyentes nacidos de nuevo.

Algunos de los oponentes de Pablo eran líderes eclesiásticos envidiosos que voltearon a toda su congregación contra él. Ellos ridiculizaron su estilo de vida, se burlaron de su predicación, tergiversaron su mensaje y cuestionaron su autoridad. Donde quiera que Pablo fuera, parecía que se encontraba con problemas y tristezas.

¡Pero escucha su testimonio! “Pero de ninguna cosa hago caso” (Hechos 20:24). Y en otro lugar dijo: “A fin de que nadie se inquiete por estas tribulaciones; porque vosotros mismos sabéis que para esto estamos puestos ... estando con vosotros, os predecíamos que íbamos a pasar tribulaciones” (1 Tesalonicenses 3:3-4).

Pablo no se estaba quejando, él estaba tranquilizando a estos creyentes. “¿Por qué están tan sorprendidos? Les he dicho todo el tiempo que, si van a caminar con Jesús, tendrán aflicciones”. Esto va directamente en contra de una filosofía en la Iglesia estadounidense de hoy, que dice: “Si tu fe funciona correctamente, prosperarás y no sufrirás”. Pero eso no es lo que enseña la Biblia.

Dios ciertamente tiene el poder de guardarnos de todas las aflicciones, pero él permite que pasemos por ciertas cosas. Cada prueba que Dios permite es una inversión que él está haciendo en nosotros, un ejercicio de entrenamiento detrás del cual, hay un propósito divino. Escucha lo que dice el salmista: “Porque tú, oh Dios, nos has probado; nos has refinado como la plata es refinada” (Salmos 66:10).