El Origen de la Verdadera Adoración

David Wilkerson (1931-2011)

Entender la gloria de Dios tiene un valor muy real y práctico para todo verdadero creyente. ¡Comprenderla puede abrir la puerta a una vida vencedora!

La gloria de Dios es una revelación de la naturaleza y el ser de nuestro Señor. Sabemos que Moisés recibió una visión literal de la gloria de Dios. Dios lo llevó a un lado a la hendidura de una roca y, según las Escrituras, se reveló a Moisés en toda su gloria: “Pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado” (Éxodo 34:6-7).

A menudo, cuando pensamos en la gloria de Dios, pensamos en su majestad y esplendor, su poder y dominio. Pero la forma en que Dios quiere que conozcamos su gloria es a través de la revelación de su gran amor hacia todos los hombres. Eso es lo que le reveló a Moisés. ¡El Señor siempre está esperando para mostrarnos su amor para perdonarnos, colmarnos de su misericordia y restaurarnos a sí mismo!

Esta revelación de la gloria de Dios tiene efectos poderosos en aquellos que la reciben y oran para entenderla. Al primer vistazo de su gloria, Moisés ya no temía al Señor. En lugar de ello, fue llevado a adorar: “Moisés, apresurándose, bajó la cabeza hacia el suelo y adoró” (34:8). Vio que la naturaleza de Dios era de bondad y tierna misericordia: ¡Amor total!

La verdadera adoración surge de los corazones que son vencidos por una visión del amor inmerecido de Dios por nosotros. Se basa en la revelación que Dios nos da de sí mismo, de su bondad, su misericordia, su disposición a perdonar. Si vamos alabar a Dios tanto en espíritu como en verdad, nuestra adoración debe basarse en esta asombrosa verdad sobre él.

¡Ver la gloria de Dios cambia la forma en que vivimos! Cada nueva revelación de su amor y misericordia trae un cambio sobrenatural y nos hace más como él. También cambia nuestras relaciones con los demás. “Sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:32). Tal como Pablo le dijo a la iglesia de Efeso, es cierto hoy: Hemos visto y probado la gloria de Dios. Ahora, seamos un reflejo de esa gloria para los demás.