El Fuego de Dios Sigue Ardiendo

David Wilkerson (1931-2011)

Lamentablemente, gran parte del cuerpo de Cristo en la actualidad se asemeja al valle de los huesos secos (ver Ezequiel 37:1-14). Es un desierto lleno de esqueletos blanqueados de cristianos caídos. Los ministros y otros creyentes devotos se han extinguido debido a un pecado asediante. Ahora están llenos de vergüenza, escondidos en cuevas que ellos mismos crearon. Al igual que Jeremías, se han convencido a ellos mismos: No me acordaré más de él [del Señor], ni hablaré más en su nombre” (Jeremías 20:9).

Dios sigue haciendo la misma pregunta que le hizo a Ezequiel: "¿Podrán estos huesos secos vivir de nuevo?" La respuesta a esta pregunta es un absoluto "¡Sí!" ¿Cómo? Sucede por la renovación de nuestra fe en la Palabra de Dios.

La Palabra del Señor es fuego consumidor. De hecho, es la única luz verdadera que tenemos durante nuestras oscuras noches de desesperación. Es nuestra única defensa contra las mentiras del enemigo, cuando éste susurra: "Todo ha terminado. Has perdido el fuego y nunca lo recuperarás".

Lo único que nos sacará de nuestras tinieblas es la fe; y la fe viene al oír la Palabra de Dios. Simplemente tenemos que aferrarnos a la Palabra que ha sido sembrada en nosotros. El Señor ha prometido: No dejaré que te derrumbes; por lo tanto, no tienes motivos para desesperarte. No hay motivo para tirar la toalla. Descansa en mi Palabra”.

Quizás puedas pensar: "Pero esta noche oscura es peor que cualquier otra cosa que haya conocido. He oído miles de sermones sobre la Palabra de Dios, pero ninguno de ellos pareciera tener algún valor ahora". No te preocupes; el fuego de Dios todavía arde en ti, incluso si no puedes verlo. Debes derramar en ese fuego el combustible de la fe. Haces esto al confiar en el Señor. Cuando lo hagas, verás consumidas todas tus dudas y deseos.

El Espíritu de Dios está infundiendo vida nuevamente a cada conjunto de huesos secos. Les está recordando la Palabra que implantó en ellos. Aquellos que una vez yacían muertos están siendo vivificados y claman como Jeremías: "El fuego de Dios ha estado encerrado en mí durante demasiado tiempo. Simplemente no puedo resistir más. Puedo sentir el poder del Señor elevándome. Él está poniendo vida en mí y voy a hablar la Palabra que me dio. Voy a proclamar su misericordia y poder sanador".