El Favor Completo de la Presencia de Dios

Gary Wilkerson

Muchos de nosotros tenemos una idea equivocada de lo que es “estar en la presencia de Dios”. Tendemos a pensar en ello como un sentimiento, una emoción o un momento sobrenatural. Todo esto puede acompañar la presencia de Dios, pero no la definen. La presencia de Dios es simplemente él mismo, su ser.

Con el Espíritu Santo residiendo en nosotros, siempre tenemos la presencia de Dios, y eso es algo increíble. Pablo dice: “Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27).

En la época del Antiguo Testamento, el Señor daba a conocer su presencia rasgando los cielos o manifestándose a través de una columna de fuego o una nube de humo. Cuando Jesús vino, cambió la forma en que experimentamos la presencia de Dios. A través de Cristo, pudimos ver la presencia de Dios. La vida de Jesús reveló exactamente cómo es Dios: cuán completamente lleno de amor, gracia, misericordia, poder, verdad y justicia él está. El Hijo de Dios vino a la tierra como una representación exacta de la naturaleza del Padre celestial.

Aún más increíble es que a través del Espíritu Santo que vive en nosotros, se produce una transformación cuando aceptamos a Jesús: “Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (2 Pedro 1:3-4).

Tener la naturaleza de Dios en nosotros significa que no tenemos que tratar de ser santos; somos santos, en virtud de su presencia en nosotros. No tenemos que intentar ser aceptos, él nos hace aceptos. No tenemos que intentar ser buenos; ya somos buenos por su naturaleza divina, que reside en nosotros por su Espíritu.

Jesús te compró una vida libre de vergüenza y temor. Puedes vivir con abandono sin obstáculos ni condenación. Es por eso que Pablo exhorta: “Una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13-14).