EL CAMINO A LA SANTIDAD

David Wilkerson (1931-2011)

Jesucristo, nuestro Salvador, es el único que está en perfecta santidad. Debido a que sólo Jesús es santo y perfecto, Dios no reconoce a ninguna otra persona. Por lo tanto, si alguna vez vamos a ser recibidos por el Padre celestial, debemos estar en Cristo, únicamente por la gracia de Cristo y sin ningún mérito propio.

“Y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades” (Efesios 2:16). “Aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz” (2:15).

Debido a la obra de Cristo en la cruz, el hombre ya no podía intentar ser santo al guardar la ley de Dios. No podía ser santo por buenas obras, acciones justas o algún esfuerzo humano. En lugar de ello, el Padre aceptaría a un solo hombre como santo: el hombre Nuevo, resucitado.

Cuando este nuevo hombre presentó a su Padre a todos los que habían creído en él, el Padre respondió: “Los recibo a todos como santos, porque están en mi Hijo santo” (ver Efesios 1:6).

Nosotros somos parte del cuerpo de este hombre santo e intachable. “Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular” (1 Corintios 12:27). Hemos sido hechos hueso del hueso de Cristo y carne de su carne y hemos sido adoptados en su familia: “Nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros” (Romanos 12:5).

Debido a que estamos en Cristo, hemos sido hechos santos. “Si la raíz es santa, también lo son las ramas” (Romanos 11:16). "Yo soy la vid, vosotros los pámpanos” (Juan 15:5).

El camino a la santidad no es a través de la habilidad humana, sino a través de la fe en nuestro Señor Jesucristo. ¡Qué maravillosa respuesta a los gritos ansiosos de las multitudes sedientas de ser santas! ¡Somos santos mientras descansemos en la santidad de Cristo! Nuestra santidad es su santidad, fluyendo hacia nosotros, las ramas, desde la raíz.