Caminando como un Nuevo Hombre

David Wilkerson (1931-2011)

Conoces la historia. Un joven tomó su parte de la herencia de su padre y la despilfarró en una vida desenfrenada. Terminó quebrado, con su salud y su espíritu arruinados. En su punto más bajo, decidió volver con su padre. La Escritura nos dice: “Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó” (Lucas 15:20).

Ten en cuenta que nada impidió que este padre perdonara a su hijo. Este muchacho no tenía nada que hacer, ni siquiera confesar sus pecados, porque el padre ya había provisto para la reconciliación. De hecho, el padre corrió hacia su hijo y lo abrazó tan pronto como lo vio viniendo por el camino.

El perdón nunca es un problema para ningún padre amoroso. Del mismo modo, nuestro Padre celestial nunca tiene problemas cuando ve a un hijo arrepentido.

Con eso en mente, el perdón no es el tema principal de esta parábola. De hecho, Jesús deja en claro que no era suficiente que este hijo pródigo simplemente fuera perdonado. Era necesaria la restauración. El padre no abrazó a su hijo para perdonarlo y luego dejarlo seguir su camino. No, ese padre anhelaba la compañía y la comunión de su hijo. Aunque el hijo pródigo fue perdonado y favorecido una vez más, todavía no estaba instalado en la casa de su padre. Solo entonces el padre estaría satisfecho, su gozo estaría cumplido cuando su hijo fuera incorporado a su compañía. Ese es el asunto en esta parábola.

Aquí la historia se pone muy interesante. Nota cómo responde el padre a su hijo. Él no pronuncia una sola palabra de reproche. No hay ninguna referencia a la rebelión, la necedad, la vida derrochadora y la bancarrota espiritual del hijo pródigo. De hecho, el padre ni siquiera reconoció los intentos de su hijo de quedarse afuera. ¿Por qué?

A los ojos del padre, el muchacho de antes estaba muerto. Aquel hijo estaba completamente fuera de sus pensamientos. Este hijo que había regresado a casa era un hombre nuevo y su pasado nunca sería mencionado. El padre decía: “En lo que a mí respecta, el ‘viejo tú’ se ha ido. Ahora, camina conmigo como un hombre nuevo”.

Esta es la misma invitación que nos da nuestro Padre celestial. El problema del pecado está resuelto. Estamos invitados a entrar confiadamente a su presencia y participar de su misericordia.