Una Revelación Personal de Cristo

David Wilkerson (1931-2011)

Si eres predicador, misionero o maestro, tienes algunas preguntas que considerar. ¿Qué estás enseñando? ¿Es lo que te enseñó una persona? ¿Es una repetición de la revelación de algún gran maestro? ¿O has experimentado tu propia revelación personal de Jesucristo? Si es así, ¿está aumentando constantemente?

Pablo dijo de Dios: "En él vivimos, y nos movemos, y somos" (Hechos 17:28). Los verdaderos hombres y mujeres de Dios viven dentro de este círculo muy pequeño pero vasto. Cada uno de sus movimientos, toda su existencia, está envuelto solo en los intereses de Cristo.

Para predicar a Cristo, debemos tener un fluir continuo de revelación del Espíritu Santo. De lo contrario, terminaremos repitiendo un mensaje obsoleto. “Porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual” (1 Corintios 2:10-13).

Tal revelación espera a todo siervo del Señor que esté dispuesto a esperar en él, creyendo y confiando en que el Espíritu Santo le manifestará la mente de Dios. Debemos predicar una revelación cada vez mayor de Cristo, pero solo cuando esa revelación produzca un cambio profundo en nosotros.

Pablo expresó sus preocupaciones personales sobre este mismo tema. “Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9:27). Pablo ciertamente nunca habría dudado de su seguridad en Cristo; eso no estaba en su mente aquí. Él temía la idea de comparecer ante el tribunal de Cristo para ser juzgado por predicar a un Cristo que realmente no conocía o por proclamar un evangelio que él no practicaba plenamente.

No podemos continuar una hora más llamándonos siervos de Dios hasta que podamos responder personalmente a esta pregunta: ¿Realmente no quiero nada más que a Cristo? ¿Es él realmente todo para mí, mi único propósito para vivir?