Un Lugar para Ti en el Cielo

David Wilkerson (1931-2011)

La parábola del pródigo proporciona una poderosa ilustración de la aceptación que se produce cuando se nos da una posición celestial en Cristo. Conoces la historia. Un joven tomó la herencia de su padre y la despilfarró en una vida pecaminosa. Una vez que el hijo se hubo arruinado completamente moral, emocional y físicamente, pensó en su padre. Él estaba convencido de que había perdido todo favor con él.

Las Escrituras nos dicen que este joven quebrantado estaba lleno de dolor por su pecado y clamaba: “No soy digno. He pecado contra el cielo”. Esto representa a aquellos que llegan al arrepentimiento a través de la tristeza que es según Dios.

El pródigo se dijo a sí mismo: “Me levantaré e iré a mi padre” (Lucas 15:18). Él estaba ejerciendo su bendición de acceso. ¿Estás captando la imagen? Este joven se apartó de su pecado, dejó atrás el mundo y accedió a la puerta abierta que su padre le había prometido. Él estaba caminando en arrepentimiento.

¿Qué pasó con el hijo pródigo? “Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó” (Lucas 15:20). ¡Qué hermosa escena! El hijo pecador fue perdonado, abrazado y amado por su padre sin ira ni condenación alguna. Cuando recibió el beso de su padre, él supo que era aceptado.

Una gran bendición se hace nuestra cuando somos hechos para sentarnos en lugares celestiales. ¿Qué es esta bendición? Es el privilegio de la aceptación, como escribió Pablo: “Nos hizo aceptos en el Amado [Jesucristo]” (Efesios 1:6). La palabra griega “aceptado” significa “muy favorecido". Eso es diferente del uso en inglés, que puede interpretarse como "recibido como apto". Esto significa algo que se puede soportar con una actitud de "puedo vivir con eso".

Ese no es el caso con el uso de la palabra por parte de Pablo. Su uso de “aceptado” se traduce como “Dios nos ha favorecido mucho debido a nuestro lugar en Cristo”. Debido a que Dios aceptó el sacrificio de Cristo, ahora solo ve a un hombre corporativo: Cristo y aquellos que están unidos a él por la fe. Nuestra carne ha muerto a los ojos de Dios. ¿Cómo? Jesús acabó con nuestra vieja naturaleza en la cruz. Ahora, cuando Dios nos mira, solo ve a Cristo. A su vez, necesitamos aprender a vernos como Dios lo hace. Eso significa no enfocarnos únicamente en nuestros pecados y debilidades sino en la victoria que Cristo ganó para nosotros.