Un Amado Corazón Quebrantado

David Wilkerson (1931-2011)

Cuando te duela más, ve a tu lugar secreto de oración y llora toda tu amargura. Jesús se lamentó por Jerusalén y lloró en el funeral de un amigo. Pedro llevó consigo el dolor de haber negado al mismo Hijo de Dios, ¡y lloró amargamente! Aquellas amargas lágrimas obraron en él un dulce milagro; y volvió para sacudir el reino de Satanás.

Hace años, una mujer que se había sometido a una mastectomía escribió un libro titulado: “Primero, lloras”. ¡Cuan cierto! Recientemente, hablé con un amigo al que le acababan de informar que tenía cáncer terminal. “Lo primero que haces”, él dijo, “es llorar hasta que no te quedan más lágrimas. Luego comienzas a acercarte a Jesús hasta que sabes que sus brazos te están abrazando con fuerza”.

Jesús nunca aparta la mirada de un corazón que llora. De hecho, él atesora un espíritu tan tierno. La Biblia dice claramente: “Señor, abre mis labios, y publicará mi boca tu alabanza. Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmos 51:15-17). Jamás el Señor dirá: “¡Contrólate! Levántate y toma tu medicina. Aprieta los dientes y seca tus lágrimas”. No, Jesús embotella cada lágrima en su recipiente eterno.

¿Te duele? Adelante, llora. Sigue llorando hasta que las lágrimas dejen de fluir. Solo deja que esas lágrimas se originen del dolor, no de la incredulidad o la autocompasión.

Dios quiere tu fe, tu confianza. Él quiere que clames en voz alta: “Jesús está conmigo. Él no me fallará. Él está obrando en todo ahora mismo. No seré abatido. No me convertiré en una víctima de Satanás. No perderé mi mente ni mi dirección. Dios está de mi lado. ¡Yo lo amo y él me ama!” Aliéntate en el Señor. Cuando la niebla te rodee y no puedas ver ninguna salida a tu dilema, recuéstate en los brazos de Jesús y simplemente confía en él.