Siendo Una Virgen Prudente

David Wilkerson (1931-2011)

Jesús advirtió a sus discípulos: “Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo. Cinco de ellas eran prudentes y cinco insensatas” (Mateo 25:1-2). Si eres honesto, admitirás: “Sí, esta parábola me describe. Me he vuelto perezoso, pero no quiero convertirme en una virgen insensata y alejarme. Quiero estar listo cuando se acerque el día del Señor”.

Si quieres ser una virgen prudente, hay dos pasos que debes seguir. Son simples, pero no se pueden pasar por alto.

Primero, haz de Cristo el centro de tus pensamientos. Que el Señor esté en todos tus pensamientos. Cuando te despiertes por la mañana, susurra su nombre. Por la noche, cuando te vayas a la cama, llámalo con el pensamiento y de rodillas. La Escritura nos manda: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Filipenses 4:8). Deja que este versículo sea la base de una oración sencilla que susurres a lo largo del día: “Jesús, eres verdadero, honesto, justo, puro y amable. Eres mis Buenas Nuevas.”

Con demasiada frecuencia nos dejamos consumir por preocupaciones o planes. Pablo escribió: “El Señor conoce los pensamientos de los sabios, que son vanos” (1 Corintios 3:20). Dios registra todos tus pensamientos. Él sabe cada vez que piensas en él, así que dale todos tus pensamientos de “gracias”.

Segundo, ora a lo largo del día: “Señor, ten piedad de mí, pecador”. Esta sencilla oración es el aceite de tu lámpara. Al orarlo diariamente, comienzas a prepararte para encontrarte con el Señor. Le estás diciendo a Dios: “Padre, no soy digno de ser llamado por tu nombre. Necesito tu misericordia. Me doy cuenta de que no soy lo que pensaba que era. Pensaba que era una persona bastante buena, sin embargo cualquier escasa bondad que pueda poseer no me hace ganar nada. Todo es como trapos de inmundicia a tus ojos. Sé que no puedo ser salvado por mis buenas obras. Necesito tu gracia. Me humillo ante ti ahora. Señor, ten piedad de mí, pecador”.