Arrancando el Cinismo

Gary Wilkerson

Tengo un amigo que conozco desde hace veinte años y tenía un ministerio asombroso. Estaba creciendo rápidamente. Compró un edificio de oficinas y lo estaba ampliando. La gente venía a Cristo. Tenía las puertas abiertas para predicar en todo el país.

Alrededor de este tiempo, algunas de sus oraciones aparentemente comenzaron a quedar sin respuesta. Esperaba que ocurrieran ciertas cosas en su ministerio, y no fue así. Después de eso, él y su equipo comenzaron a tener algunas dificultades. Sus seguidores en el boletín estaban disminuyendo, y luego las donaciones para su asociación evangelística comenzaron a disminuir. Recibía cada vez menos invitaciones para predicar en todo el país.

En lugar de decir “Dios, tú edificas y derribas. Es tu ministerio, lo que sea que tengas para él”, comenzó a amargarse. Cada vez que me reunía con él para almorzar, podía ver este cambio en él.

Finalmente, mi amigo dejó el ministerio por completo y se fue golpeado, desanimado y herido. Trató de enmascararlo con humor, pero se había vuelto tan cínico que era difícil estar cerca de él. Había pasado de creer que Dios haría grandes cosas a casi no creer más en nada de Dios. Sin embargo, él no es el único. En diversos grados, muchos de nosotros hemos permitido que la decepción y el cinismo se apoderen de nuestro corazón.

Ese fuego brillante de fe que una vez tomó nuestro corazón ha disminuido. La confianza en un Dios que se mueve poderosamente y puede levantarte se ha debilitado. Debemos recordar lo que Jesús nos prometió: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).

Cuando estemos abatidos y sintamos que una semilla de cinismo echa raíces, debemos acudir a este versículo: “Considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca” (Hebreos 10:24-25).

No debemos permitir que la amargura contra Dios ahogue su plan para con nuestras vidas. Debemos recordar sus promesas y animarnos unos a otros a no rendirnos nunca.