Pobres en la Tierra de la Abundancia

David Wilkerson (1931-2011)

¿Estás cansado de vivir como un pobre cuando todo lo que necesitas ha sido provisto? Tal vez tu enfoque está mal. ¿Tiendes a insistir en tus debilidades, tentaciones y fracasos del pasado? ¿Lo que ves cuando miras dentro de tu propio corazón te desanima? ¿Has permitido que la culpa se filtre?

¡Amado, debes mirar a Jesús, el autor y consumador de tu fe! Cuando Satanás aparece y señala alguna debilidad en tu corazón, tienes todo el derecho de responder: “Mi Dios ya lo sabe todo y todavía me ama. Él me ha dado todo lo que necesito para alcanzar la victoria y mantenerla”.

“Pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas” (1 Juan 3:20). Él sabe todo sobre ti, y todavía te ama lo suficiente como para decirte: “¡Entra y obtén todo lo que necesitas!”.

Las puertas de su almacén están abiertas de par en par, llenas a rebosar. Dios te está urgiendo: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16).

¿Cuántos años llevas fuera? Tienes un Padre que ha estado acumulando un gran tesoro de provisión para ti y, sin embargo, lo has dejado sin reclamar. La historia del hijo pródigo nos muestra que al entrar y disfrutar del tesoro de su padre, el hijo tenía ambas cosas. Podía vivir su vida terrenal con la abundancia que era suya, y después de la muerte disfrutaría plenamente de su herencia eterna.

El mayor pecado lo cometió el hermano mayor que se quedó en casa, caminó obedientemente y nunca le falló a su padre. Sí, es un pecado desperdiciar la sustancia de nuestro Padre en una vida sensual y un espíritu desbocado, pero es un pecado aún mayor rechazar el gran amor de Dios dejando sin reclamar los abundantes recursos que nos ha dado.

¡El hijo pródigo no fue castigado ni recordado de su pecado porque Dios no permitiría que el pecado fuera el centro de la restauración! Había habido verdadero arrepentimiento y tristeza según Dios, y era hora de pasar a la fiesta. El padre le dijo al hijo mayor: “Estaba perdido, pero ahora está de nuevo en la casa. ¡Está perdonado y es hora de regocijarse y ser felices!”.