Lo que Nos Enseña la Cruz

David Wilkerson (1931-2011)

Jesús no está en el negocio de la leva o reclusión obligatoria; su ejército es todo voluntario. Tú puedes ser un creyente sin llevar una cruz, pero no puedes ser un discípulo.

Veo que muchos creyentes han optado por la buena vida con su prosperidad, ganancia material, popularidad y éxito. Estoy seguro de que muchos de ellos llegarán al cielo. Habrán salvado su pellejo, pero no habrán aprendido a Cristo. Habiendo rechazado el sufrimiento y la tristeza del verdadero discipulado, no tendrán la capacidad de conocerlo y disfrutarlo en la eternidad. Esto se opone a todos los santos que han entrado en la comunión de los que sufren.

Tendrás que llevar tu cruz hasta que aprendas a negar lo único que constantemente obstaculiza la obra de Dios en nuestras vidas: el yo. Jesús dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mateo 16:24). Malinterpretamos este mensaje si enfatizamos el rechazo de las cosas ilícitas. Jesús no nos estaba llamando a aprender autodisciplina antes de tomar nuestra cruz. Es mucho más severo que eso.

Millones de cristianos profesos se jactan de su abnegación. No beben, fuman, maldicen ni fornican; son ejemplos de tremenda autodisciplina. Sin embargo, ni en cien años admitirían que lo lograron por algo más que su propia fuerza de voluntad. De alguna manera, todos somos así. Experimentamos brotes de santidad, acompañados de sentimientos de pureza. Las buenas obras generalmente producen buenos sentimientos, pero Dios no nos permitirá pensar que nuestras buenas obras y hábitos limpios pueden salvarnos. Por eso necesitamos una cruz.

No tomes tu cruz hasta que estés listo para rechazar cualquier pensamiento de convertirte en un discípulo santo como resultado de tu propio esfuerzo. Antes de tomar tu cruz, prepárate para enfrentar el momento de la verdad. Prepárate para experimentar una crisis por la cual aprenderás a negar tu voluntad propia, tu propia justicia, tu autosuficiencia y tu autoridad.

Puedes levantarte y seguir a Cristo como un verdadero discípulo solo cuando puedes admitir libremente que no puedes hacer nada en tus propias fuerzas. No puedes vencer el pecado a través de tu propia fuerza de voluntad. No puedes resolver las cosas por tu propio intelecto. Tu amor por Jesús puede ponerte de rodillas, pero tu cruz te pondrá sobre tu rostro.