Llamados a Ser Perfectos, No Perfeccionistas

Gary Wilkerson

La búsqueda de la excelencia es algo noble. Todos somos fanáticos de "convertirte en tu mejor yo". Los cristianos quieren la versión espiritual de eso: Sé la mejor persona en Cristo que puedas ser.

El problema es que este tipo de frase tentadora enturbia la línea entre ser bíblicamente perfecto y simplemente ser perfeccionista. Existe una gran diferencia.

Todos queremos hacerlo bien, ser excelentes, en la cima de nuestro juego; pero el perfeccionismo está impulsado por el miedo y el orgullo. Es una compulsión tener éxito sin el más mínimo error, y puede llevarnos a la ruina al descuidar otras cosas necesarias o al paralizarnos con el miedo al fracaso. Como cristianos, a veces estamos condicionados a este perfeccionismo cuando se nos enseña que así es como agradamos a Dios o a otras personas. El miedo al juicio en ausencia de la perfección es un capataz cruel e implacable que puede, si lo permitimos, gobernarnos día y noche.

Cuando Jesús pronunció las palabras: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48), justo antes de eso, él nos dijo lo que quería decir. Él hizo hincapié en que él vino a cumplir esa demanda de perfección en favor nuestro, y él sabía que no podíamos ser perfectos por nuestros propios esfuerzos. Las Escrituras están llenas de personas tremendamente imperfectas que se convirtieron en grandes héroes de la fe. Jesús quiere que nos esforcemos imperfectamente para hacer lo mejor que podamos y que dependamos de él. No hay un solo ser humano que haya vivido que fuera perfecto en sí mismo. Cada uno de nosotros ha fallado, una y otra vez. Es la redención de la muerte de Cristo en la cruz lo que nos hace perfectos; es todo él, siempre. Nuestra perfección no está bajo nuestro control.

Es cuando quitamos la vista de nosotros mismos y de nuestros esfuerzos por hacer todo bien, que encontramos la paz, la perfección y la libertad. Debes saber esto: Tu pasado, presente y futuro están cubiertos por la sangre de Jesucristo. No tienes necesidad de actuar ante él porque él ya sabe lo imperfecto que eres.

La Escritura dice: “Despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante” (Hebreos 12:1). Dios desea que abandonemos nuestro perfeccionismo. Él quiere que vivamos con autenticidad infantil y dependencia de él. Él está más complacido cuando le presentamos nuestro yo real e imperfecto.