La Misericordia de Dios para Ti y Para Mí

David Wilkerson (1931-2011)

En Hechos 9, aprendemos de un hombre llamado Saulo de Tarso, uno de los hombres más religiosos que jamás haya existido. Él podía jactarse: “He vivido con toda buena conciencia delante de Dios hasta el día de hoy”. ¿Cuál fue su historia?

Saulo era un hombre judío devoto cuya familia se adhirió estrictamente a la ley y la tradición. Lo vemos aquí en el capítulo nueve en su camino a Damasco, buscando destruir a los nuevos cristianos que estaban trastornando el mundo religioso. Estaba tan lleno de odio hacia Jesús y sus seguidores que rastreaba y perseguía feroz y obstinadamente a los cristianos, incluso persiguiéndolos fuera del territorio judío. Estaba concentrado y mortalmente serio acerca de su misión.

Considera la acción de Dios. Saulo se dirigía hacia Damasco, y repentinamente fue envuelto por una luz cegadora del cielo. Estaba aterrorizado y confundido. ¿Por qué estaba pasando esto? ¿Estaba Dios tratando de hacerle sentir culpa y condenación? ¿Era este el final del camino para Saulo? ¿Iba Dios a derramar ira y juicio sobre él por perseguir a su pueblo? No, Dios bajó la luz para llamar la atención de Saulo porque estaba planeando hacer un anuncio profundo que cambiaría su vida. Mientras un tembloroso Saulo esperaba el juicio, en lugar de ello, oyó la voz de la misericordia. El Señor le dijo a Saulo que las cosas terribles que había hecho para perseguir a los cristianos fueron perdonadas y que todos sus pecados fueron cubiertos.

¡Seguramente Saulo no vio venir eso! Imagínalo acostado en el suelo bajo la luz cegadora y oyendo la voz de Jesús. En lugar de oír la condenación de un Dios santo por el camino en el que se encontraba, él oyó: “¡Yo soy Jesús!”. No hubo ni una palabra sobre la maldad de Saulo. ¿Por qué? Porque al que perseguía era su mejor amigo. El Señor incluso cambió el nombre de Saulo a Pablo para cimentar este cambio permanente en su mente y en la mente de todos los que conocía.

Amados, este mismo Jesús nos ofrece la misma misericordia. Mereciendo nosotros juicio y denuncia, lo oímos decir: “Yo soy Jesús, tu Redentor”. Agradécele este día por la misericordia que te ha mostrado.