La Vida del Cangrejo Ermitaño

David Wilkerson (1931-2011)

El rey David, el autor de tantos salmos, se cansó de sus luchas. Estaba tan cansado de alma, tan asediado y acosado por problemas, que todo lo que quería era escapar a un lugar de paz y seguridad. “Mi corazón está dolorido dentro de mí, y terrores de muerte sobre mí han caído… Y dije: ¡Quién me diese alas como de paloma! Volaría yo, y descansaría… Me apresuraría a escapar del viento borrascoso, de la tempestad” (Salmos 55:4-8).

Una lección de la naturaleza revela lo que sucede cuando cambiamos la buena lucha por un camino más fácil y nos alejamos de nuestra lucha. Hace poco leí el estudio de un biólogo sobre los cangrejos, criaturas que viven en un entorno áspero y peligroso entre rocas irregulares. Los cangrejos son azotados diariamente por las olas y atacados por todos lados por criaturas de aguas más profundas. Luchan continuamente para protegerse y, con el tiempo, desarrollan un caparazón fuerte y poderosos instintos de supervivencia.

Sorprendentemente, algunos en la familia de los cangrejos abandonan la lucha por la vida. En busca de un refugio seguro, se instalan en los caparazones desechados de otras criaturas marinas. Estos cangrejos son conocidos como cangrejos ermitaños. Conformándose con la seguridad, se retiran de la batalla y escapan a casas de segunda mano que ya están hechas.

Las "casas seguras" de los cangrejos ermitaños resultan ser costosas y ruinosas. Debido a su falta de lucha, partes cruciales de sus cuerpos se deterioran. Incluso sus órganos se marchitan por falta de uso. Con el tiempo, el cangrejo ermitaño pierde todo el poder de movimiento, así como las partes vitales necesarias para escapar. Estas extremidades simplemente se caen, dejando al cangrejo fuera de peligro pero inútil para hacer otra cosa que no sea existir.

Mientras tanto, los cangrejos que continuaron la lucha crecen y florecen. Sus cinco pares de patas se vuelven carnosas y fuertes al resistir las poderosas mareas. Aprenden a escapar de sus depredadores escondiéndose hábilmente entre las formaciones rocosas.

Esta ley de la naturaleza también ilustra la ley del Espíritu. Como creyentes, somos sacudidos y golpeados por ola tras ola de dificultades. Enfrentamos depredadores viciosos en los principados y potestades de Satanás. A medida que luchamos, nos hacemos más fuertes. Llegamos a reconocer las artimañas del diablo cuando él las emplea contra nosotros. Descubrimos nuestro verdadero refugio, la “hendidura en la roca”, confiando en Jesús. Solo entonces estaremos verdaderamente seguros en medio de nuestra batalla.