Encontrando Fe en la Confusión

Gary Wilkerson

“Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago... el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo” (Romanos 7:15,18).

¿Te sientes así a menudo? Únete al club.

La conversión damascena de Pablo no garantizó una vida libre de pruebas. Además de los fuegos de la persecución que buscaban destruir su ministerio, sin duda estaba preocupado por la duda, la confusión y el desaliento mientras intentaba establecer la iglesia. La presión fue intensa, estoy seguro; algunos días todo debe haber sentido su mundo al revés. En sus escritos, él era sincero sobre su frecuente incapacidad para alinear su conocimiento de lo que es correcto con su comportamiento.

¡Qué regalo tan asombroso nos dejó Pablo! Al exponer sin rodeos la discordia dentro de sí mismo, reveló cómo nuestra honestidad ante Dios y ante los demás es el camino hacia la sanidad. “Te lo voy a decir claramente”, dice, “hay una guerra diaria. Continuamente te enfrentarás a muros dentro de ti que creías haber escalado; actitudes e impulsos que estabas seguro habían sido erradicados; confusión espiritual que creías haber resuelto. ¡Debes saber que este es el camino del creyente! Somos redimidos, pero seguimos trabajando y caminando en este mundo. Nuestra fe será probada, purificada y profundizada. Estas pruebas te harán madurar de maneras que no puedes imaginar. Te sacarán de tu zona de confort y te llevarán a lugares espirituales que no sabías que existían”.

Pablo no se detiene ahí. En el capítulo ocho, continúa fomentando una fe ambiciosa; y, como siempre, nos remite al poder inmutable del Espíritu Santo. “Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios… condenó al pecado en la carne” (Romanos 8:3). Él enfatiza cómo nuestra impotencia es el medio por el cual caminamos en el poder. “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Romanos 8:15).

¡No dejes que tus fracasos y tu confusión interior te depriman! Sigue el ejemplo de Pablo y utiliza cada tropiezo para impulsarte hacia adelante. Dios se deleita en nuestras preguntas y comprende nuestras debilidades. Deja que tu vulnerabilidad sea tu consuelo y combustible para un sólido viaje espiritual.