Fijando Firmemente Nuestra Fe

David Wilkerson (1931-2011)

Estoy convencido de que la gente pierde la esperanza porque primero ha perdido la fe. Han oído muchos sermones y leído muchos libros, pero ven ejemplos por todas partes de fe naufragada. Los cristianos que una vez abrazaron el evangelio ahora están renunciando a su confianza en Dios. ¿Adónde recurre la gente en busca de esperanza? El Espíritu me dijo una vez: “Tienes que anclar tu fe. Pon tu corazón a confiar en Dios en todo, en todo momento”.

“Fijar” nuestra fe significa “estabilizar, echar raíces, echar un cimiento”. La Escritura dice que está en nuestro poder hacer esto. Santiago escribe: “Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor” (Santiago 1:6-7). En este pasaje, el Señor pone toda la responsabilidad sobre el creyente.

Dios nos está diciendo, en esencia, “Cuando el mundo mire a mi pueblo en estos días de temblor y ansiedad, tiene que poder ver fe. Mientras todo tiembla, la fe es lo que debe permanecer sólida y estable. Así que ancla tu fe. Cristiano, toma una posición firme. Nunca renuncies a esa posición”.

Yo estoy convencido de que el mundo no necesita más sermones sobre la fe. Necesitan ver una ilustración, la vida de un hombre o una mujer que está viviendo su fe ante el mundo. Necesitan ver a los siervos de Dios pasar por las mismas calamidades que ellos enfrentan y no ser sacudidos. David describió esto cuando habló de “los que esperan en ti, delante de los hijos de los hombres” (Salmos 31:19). Él estaba hablando de los creyentes cuya fuerte confianza en Cristo es un rayo de esperanza para los que están en la oscuridad.

Cuando decides poner tu fe en Cristo, serás severamente probado. Una vez, cuando yo estaba en el proceso de poner mis cargas en el Señor y establecer una fe duradera, recibí una llamada telefónica con una noticia que me sacudió. Por un momento, un diluvio de temor se apoderó de mí. Luego, el Espíritu Santo susurró suavemente: “No renuncies a tu fe. Yo tengo todo bajo control. Solo mantente firme”. Nunca olvidaré la paz que me inundó en ese momento. Al final del día, mi corazón estaba lleno de gozo.