El Gozoso Clamor de Nuestros Corazones

David Wilkerson (1931-2011)

El Espíritu Santo es quien nos enseña a decir: "Abba Padre”.

Esta frase se refiere a una costumbre del Medio Oriente de los días bíblicos con respecto a la adopción de un niño. Hasta que los documentos de adopción fueran firmados y sellados por el padre adoptivo, el niño veía a este hombre solo como "un padre". No tenía derecho a llamarlo: “abba”, que significa: "mi".

Tan pronto como los papeles estaban firmados, registrados y sellados, el tutor del niño lo presentaba al padre adoptivo; y por primera vez, el niño podía decir: "¡Abba Padre!" Cuando el padre lo abrazaba, el joven gritaba: “¡Padre mío! Ya no es solo un "padre". El es mío”.

Esta es la obra y el ministerio del Espíritu Santo. Él te instruye en los caminos del corazón de Cristo. Te presenta al Padre. Él sigue recordándote: “He sellado los papeles. Ya no eres un huérfano; eres legalmente un hijo de Dios". Nuestro clamor debe ser de gran gozo y acción de gracias. No solo no estamos desamparados, sino que el Espíritu Santo está con nosotros durante los momentos de confusión y sufrimiento.

La misión del Espíritu Santo es consolar a la novia de Cristo en ausencia del novio. “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14:16).

El título que le da al Espíritu también podría traducirse como “Consolador”, alguien que alivia el dolor y la tristeza, brinda alivio, consuela y alienta. Me gusta particularmente esta definición del griego: "Uno que te acuesta en una cálida cama de seguridad". Al llamar al Espíritu Santo Ayudador y Consolador, Jesús hizo una predicción infalible de que su pueblo sufriría y necesitaría consuelo.

El Espíritu Santo brinda consuelo al recordarte que vive en ti con todo el poder de Dios inherente a su ser. Dios envió al Espíritu para usar todo su poder para mantenerte fuera de las garras de Satanás, para levantar tu espíritu, alejar toda depresión e inundar tu alma con el amor de tu Señor. Como escribió Pablo: “Y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5).

Estas promesas deberían darnos un gozo aún mayor cuando clamamos: "¡Abba Padre!”