El Gozo y el Dolor de Dios

David Wilkerson (1931-2011)

Muchos comentaristas llaman a Jeremías el profeta llorón; y eso es cierto de él, pero este hombre también nos trajo la promesa más gozosa del Antiguo Testamento. A través de él, Dios le dio a su pueblo esta increíble seguridad: “Y haré con ellos pacto eterno, que no me volveré atrás de hacerles bien, y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí” (Jeremías 32:40).

Ahora, esas son buenas noticias. La profecía que da Jeremías está llena de misericordia, gracia, gozo, paz y bondad. Sin embargo, la historia personal detrás de cada una de las palabras de Jeremías incluye un quebrantamiento mucho más allá de la capacidad de cualquier ser humano.

Jeremías escribió: “¡Mis entrañas, mis entrañas! Me duelen las fibras de mi corazón; mi corazón se agita dentro de mí; no callaré; porque sonido de trompeta has oído, oh alma mía, pregón de guerra” (Jeremías 4:19) y ¡Oh, si mi cabeza se hiciese aguas, y mis ojos fuentes de lágrimas, para que llore día y noche los muertos de la hija de mi pueblo!” (Jeremías 9:1).

El profeta estaba llorando con lágrimas santas que no eran las suyas. De hecho, en realidad oyó a Dios hablar de su propio corazón quebrantado. Primero, el Señor le advirtió a Jeremías que enviaría juicio sobre Israel. Luego le dijo al profeta: “Por los montes levantaré lloro y lamentación, y llanto por los pastizales del desierto” (Jeremías 9:10). Dios mismo estaba llorando por el juicio que vendría sobre su pueblo; y Jeremías compartió dicho lamento.

¿Qué sucede cuando compartimos la carga de Dios de llorar? El Señor comparte con nosotros a su vez su propia mente y pensamientos. Jeremías testificó de esto. Se le dio un conocimiento perspicaz de su tiempo que le permitió ver lo que estaba por venir. “Porque Jehová de los ejércitos que te plantó ha pronunciado mal contra ti… Y Jehová me lo hizo saber, y lo conocí; entonces me hiciste ver sus obras” (Jeremías 11:17-18). A cualquier santo quebrantado y saturado de la Palabra se le dará un sentido de discernimiento de los tiempos, pero también un gozoso reconocimiento de las promesas de Dios.

Los hombres preciosos de Dios tienen el privilegio de compartir los sentimientos, el gozo y los dolores del corazón eterno de Dios.