El Dios que Perdona

David Wilkerson (1931-2011)

En este momento puede que estés librando una guerra perdida contra algún tipo de tentación. Cualquiera que sea tu lucha, has decidido no huir del Señor. Te niegas a entregarte a las garras del pecado. Por el contrario, has tomado la Palabra de Dios en serio.

Sin embargo, como David, te has cansado. Ahora has llegado a un punto en el que te sientes absolutamente impotente. El enemigo te está inundando con desesperación y mentiras.

Tu prueba puede volverse aún más desconcertante e inexplicable, pero quiero que sepas que no importa por lo que estés pasando, el Espíritu Santo quiere revelarte: “¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. Él volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados” (Miqueas 7:18-19).

¿Cómo se distingue nuestro Señor de todos los demás dioses adorados en todo el mundo? Por supuesto, sabemos que nuestro Dios está por encima de todos los demás, diferente en todo sentido; pero una forma clara en que sabemos que el Señor se distingue de los demás es por su nombre: el Dios que perdona. La Escritura revela a nuestro Señor como el Dios que perdona, el único Dios que tiene el poder de perdonar el pecado.

Vemos este nombre de Dios confirmado a lo largo de las Escrituras. Nehemías declaró: “Pero tú eres Dios que perdonas, clemente y piadoso, tardo para la ira, y grande en misericordia, porque no los abandonaste” (Nehemías 9:17).

Moisés le pidió al Señor una revelación de su gloria. No se le permitió ver el rostro de Dios, pero el Señor le reveló su gloria a Moisés a través de una revelación de su nombre. “¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado” (Éxodo 34:6–7).

David nos da la misma descripción hebrea de Dios, al escribir: “Porque tú, Señor, eres bueno y perdonador, y grande en misericordia para con todos los que te invocan” (Salmos 86:5).

Nuestro Dios no nos abandona en nuestras luchas. Él está listo para perdonar y traernos de vuelta a él.