El Amor del Padre

David Wilkerson (1931-2011)

Me pregunto cuántos del pueblo de Dios hoy pueden clamar sinceramente a nuestro bendito Señor: “¡Glorificame contigo! Llévame a la unidad. Anhelo estar más cerca, tener mayor intimidad. Maestro, eres tú lo que quiero. ¡Más que señales o prodigios, debo tener tu presencia!”

Cuando Jesús oró por todos los creyentes, dijo: “No ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti; que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17:20-21). Él estaba hablando de un tipo de amor muy íntimo, un amor que no permite distanciarse ni separarse del objeto de su afecto. Él desea una unidad plena, una unión eterna. Este amor divino entre nuestro Señor y el Padre era tan importante para él que anhelaba ansiosamente el día en que todos sus hijos pudieran contemplarlo con sus propios ojos.

¡Gloria al santificado nombre de Jesucristo por tan glorioso pensamiento! Cristo está tan regocijado con la gloria de su relación íntima con su Padre que anhela traer a todos los hijos de Dios al cielo para contemplarla.

¿No será algo especial cuando nosotros, los redimidos, seamos llevados al gran salón del banquete de Dios a la fiesta celestial y se nos permita contemplar el amor del Padre por su amado Hijo y nuestro bendito Salvador? Veo en ese glorioso día la oración de nuestro Señor respondida, cuando mira a sus hijos comprados con sangre y gozosamente proclama: "¿Ven, hijos? ¿No les dije la verdad? ¿Han contemplado alguna vez un amor tan grande? Ahora ven el amor de mi Padre  por mí y mi amor por él". ¡Qué gozo saber que servimos a un Salvador que es amado!

¿No es aterrador contemplar que Lucifer se desligó de tal gloria? Él está sin amor. No tiene padre. Seguramente, esta fue su mayor pérdida. Es la gran pérdida de todos los hijos de Satanás, existir sin un testimonio o sentido del amor de un Padre celestial. En contraste, los hijos de Dios son abrazados en unidad con Jesús mientras aún están en la tierra. Dios nos ama como ama a su propio Hijo y esta verdad debe darnos una gran paz y esperanza.