Dejando que Dios Escudriñe Nuestros Corazones

David Wilkerson (1931-2011)

¿Sabes que es posible caminar delante del Señor con un corazón perfecto?

Para enfrentarnos a la idea de la perfección, primero debemos entender que la perfección no significa una existencia impecable y sin pecado. No, la perfección a los ojos del Señor significa algo completamente diferente. Quiere decir plenitud, madurez.

Si tienes hambre de Jesús, es posible que ya estés tratando de obedecer este mandato del Señor. Es posible, o Dios no nos hubiera hecho tal llamado. Tener un corazón perfecto ha sido parte de la vida de fe desde el momento en que Dios habló por primera vez a Abraham. “Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto” (Génesis 17:1).

Los significados hebreo y griego de perfección incluyen “rectitud, sin mancha ni defecto, ser totalmente obediente”. Significa terminar lo que se ha comenzado, tener un desempeño completo. Juan Wesley llamó a este concepto de perfección “obediencia constante”. Un corazón perfecto es un corazón que responde, que responde rápida y totalmente a todos los llamados del Señor. El corazón perfecto clama con David: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Salmos 139:23–24).

Dios ciertamente escudriña nuestros corazones; se lo dijo a Jeremías. “Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras” (Jeremías 17:10).

Los que ocultan un pecado secreto, sin embargo, no quieren ser escudriñados ni probados. El corazón perfecto anhela más que seguridad o cobertura para el pecado. El corazón perfecto quiere que el Espíritu Santo venga y escudriñe lo más profundo del hombre. Un verdadero hijo de Dios quiere que él brille en su vida y saque todo lo que no es de Cristo. Buscan estar siempre en la presencia de Dios, vivir en comunión con Dios. Comunión significa hablar con el Señor, compartir una dulce comunión con él, buscar su rostro y conocer su presencia.

El escudriñar nuestro corazón por parte del Señor no es para vengarse sino para redimir. Su propósito no es atraparnos en pecado o condenarnos, sino que él quiere prepararnos para que vengamos a su santa presencia como vasos limpios y puros.