Oye las palabras de Jonás: “Me echaste a lo profundo, en medio de los mares, y me rodeó la corriente; todas tus ondas y tus olas pasaron sobre mí… Las aguas me rodearon hasta el alma, rodeóme el abismo… La tierra echó sus cerrojos sobre mí para siempre” (Jonás 2:3-6).
Jonás había tocado fondo, sepultado en el vientre de una ballena. Estaba en una batalla por su vida y lleno de desesperación, vergüenza y culpa. Tenía el corazón muy apesadumbrado, literalmente lo más bajo que una persona podía estar. Pensó que Dios lo había abandonado.
Entonces, ¿cómo salió Jonás de su pozo? “Cuando mi alma desfallecía en mí, me acordé de Jehová, y mi oración llegó hasta ti en tu santo templo… con voz de alabanza te ofreceré sacrificios” (Jonás 2:7,9). En pocas palabras, ¡pasó la prueba! Jonás no recibió ninguna palabra de liberación. Él estaba en una situación desesperada, todo a su alrededor era oscuro y sombrío. Estaba a punto de desmayar, pero cuando llegó a tal punto, él dijo: "¡Voy a agradecer al Señor!"
En medio de todos sus problemas, Jonás entró en la presencia del Señor y ofreció gracias. Dios respondió: “Eso es lo que he estado esperando oírte decir, Jonás. Has confiado en mí en medio de todo. Acabas de pasar la prueba”.
La Escritura dice: “Y mandó Jehová al pez, y vomitó a Jonás en tierra” (Jonás 2:10). Ese hombre cargado debe haber rodado hasta la playa gritando: “¡Soy libre! ¡Soy libre!" Probablemente danzó mientras se quitaba las algas del pelo porque ya estaba en el altar de acción de gracias.
Cuando no tengas a dónde volver, vuelve a la acción de gracias. Agradece al Señor por su perdón, por liberarte de todos tus pecados del pasado. Agradécele por librarte de los dientes del león, por darte un nuevo hogar en gloria, por todas sus bendiciones pasadas, por todas sus promesas, por todo lo que él va a hacer. Como dicen las Escrituras: “Sacrifica a Dios alabanza, y paga tus votos al Altísimo; e invócame en el día de la angustia; te libraré, y tú me honrarás” (Salmos 50:14-15). ¡En todo, da gracias!