​​​​​​​Viviendo con Eternidad en Nuestros Corazones

Gary Wilkerson

Yo creo en predicar contra el pecado. Sé que mi corazón es propenso a vagar. Sé que soy inclinado a resbalar, pero hay algo más que simplemente responder a un llamado al altar. No es suficiente.

¿Cuántos de ustedes han estado en el altar y se arrepintieron y volvieron a salir e hicieron las mismas cosas que estaban haciendo antes? Incluso puede llegar al punto en que comiences a decirte a ti mismo: “¿Por qué ir al altar? No voy a cambiar. Incluso puede llegar al punto en que el enemigo comience a atacarte y te diga: “Dios en realidad no te está transformando. Tú no estás cambiando”.

Este es el problema: Si tú estás respondiendo a Dios porque te sientes mal y quieres obedecer las reglas, tu Dios es demasiado pequeño. Él no es santo, pero cuando ves a Dios, cuando ves el Shema y entiendes el Shema, entiendes lo que Dios le está diciendo a su pueblo. “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Deuteronomio 6:4-5).

A medida que sigo arrepintiéndome de pecados particulares, veo que mi arrepentimiento comienza a cambiar. Me arrepiento de la condición de mi vida, que no soy íntegro, que no soy santo o amoroso o que no estoy andando en sintonía con Dios. Me arrepiento de que mi vida está fuera de orden. Cuando tu vida está fuera de orden, no puedes ser feliz. No puedes rebosar de gozo cuando el pecado está paralizando tu caminar espiritual. Dios quiere que sepas que no estás viviendo como uno con él.

La eternidad que Dios puso en nuestros corazones (ver Eclesiastés 3:11) no es solo hambre por el cielo; es ser uno con Dios.

Quiero andar con él y hablar con él y ser como él. En mi corazón, en mi conducta, en mi hablar, quiero ser santo. No quiero leer mi Biblia solo para obtener un sermón. Yo no quiero orar solo para ver un avivamiento. Tengo hambre de esas cosas porque Dios es el Señor del avivamiento, el gozo y la perfección; y quiero amar y parecerme a mi Padre. ¡Un día, en un abrir y cerrar de ojos, él lo hará!