Despejando el Escenario de Nuestros Corazones

Gary Wilkerson

El libro de Apocalipsis nos brinda imágenes poderosas de ángeles adorando en la presencia de Dios. Se cubren el rostro mientras caen ante él clamando: “Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir” (Apocalipsis 4:8). Estos seres poderosos despejan el escenario en el cielo para Aquel que es alto, enaltecido y correctamente exaltado como el nombre sobre todo nombre.

Esta representación de la adoración revela que la presencia de Dios está destinada a alumbrar nuestros ojos. Nos muestra la diferencia entre el trigo y la cizaña en nuestras vidas. Por eso a la Palabra de Dios se le llama fuego purificador: purifica (ver Malaquías 3:2). También se le llama espada, un instrumento que perfora y corta (ver Hebreos 4:12). Estas herramientas se utilizan para separar las cosas, dividiendo lo puro de lo impuro.

Por definición, estas no son cosas agradables; de hecho, son incómodas y nosotros naturalmente nos resistimos. Clamamos por comodidad y placer en nuestra vida, nuestro trabajo, nuestras actividades, nuestro hogar. Como dice la Biblia, nuestro corazón se inclina a clamar: “Decidnos cosas halagüeñas, profetizad mentiras” (Isaías 30:10). Y el mundo material siempre está a la expectativa de saciar nuestros deseos.

La Biblia advierte sobre el peligro de buscar sólo mensajes que consuelen en lugar de aquellos que desafíen. A los israelitas les encantaba tolerar sus ídolos y no renunciar a ellos. ¿Y la consecuencia? Perdieron su discernimiento.

El primer mandamiento de Dios es: “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:3). La frase: “delante de mí” en este versículo en realidad significa “en mi presencia”. Dios está diciendo: “No traigas a ningún dios a mi presencia, tus ídolos de placer, tu ambición, tus habilidades humanas. No toleraré nada de eso”. Dios nos está diciendo que despejemos el escenario para que Cristo pueda ser central una vez más.

Demasiados creyentes se están alejando de la adoración verdadera por un espíritu que no es el de Dios. El enfoque se ha desplazado lenta y sutilmente de Cristo y su cruz a las cosas de la carne: “Levanto mis manos; canto tus alabanzas; glorifico tu nombre”. “Asegúrate de que cuando adoras a Dios, realmente glorifiques y exaltes el nombre de Jesús. “Santo, santo, santo, Señor, tú ciertamente estás en este lugar”.

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