Cristo Silencia las Acusaciones de Satanás

David Wilkerson (1931-2011)

“Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación” (Hebreos 9:11).

Justo cuando el sumo sacerdote subía las escaleras hacia el lugar santo en el día de la expiación, nuestro Sumo Sacerdote Jesús ascendía al tabernáculo celestial. De hecho, Juan describe haber visto a Jesús en su túnica sacerdotal: “Vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro” (Apocalipsis 1:13).

Jesús ascendió a la gloria como nuestro Sumo Sacerdote para interceder por nosotros. Él disfruta de la gloria que se merece, pero también hace un trabajo en favor nuestro. El salmista comparte el Salmo 68: “Subiste a lo alto, cautivaste la cautividad, tomaste dones para los hombres… Bendito el Señor; cada día nos colma de beneficios. El Dios de nuestra salvación” (Salmos 68:18-19). Él está diciendo: “¡Nuestro Salvador nos ha dado todos los dones y beneficios que necesitamos para vivir en libertad!”

El escritor de Hebreos nos recuerda que toda la labor de Jesús en el cielo es para nosotros: “Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios” (Hebreos 9:24). “Viviendo siempre para interceder por [nosotros]” (7:25). Cristo lo hace todo por nosotros, sus hijos.

¿Qué significa exactamente esta frase: “Viviendo siempre para interceder por [nosotros]”? Algunos pueden imaginar a Jesús, de pie frente al Padre suplicándole que nos muestre misericordia cuando fallamos. Pero la intercesión de Cristo por nosotros tiene que ver con las acusaciones de Satanás contra nosotros. Como puedes ver, el diablo viene al trono de Dios para acusarnos de cada fracaso y transgresión, exigiendo “justicia”. Pero Jesús inmediatamente interviene, exigiendo que Satanás mantenga sus manos fuera de nosotros.

Jesús también intercede en nuestros propios corazones, reconciliándonos con el Padre. Nos recuerda que somos perdonados y que podemos confiar en que la fidelidad de Dios nos proporcionará todo el poder y la fuerza que necesitamos.

Debido a la intercesión de Cristo, tú puedes decir: “Puedo tener batallas en la carne, pero sé lo que Jesús hizo por mí. El pecado ya no puede retenerme porque él es mi Sumo Sacerdote”.