Correspondiendo al Amor de Jesús

Gary Wilkerson

No podemos servir a Jesús correctamente a menos que conozcamos la profundidad de su amor por nosotros. Como escribe Juan, “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19). Es absolutamente necesario que recibamos el amor del Señor en nuestro corazón; y es vital que lo correspondamos, amándolo también.

Esto está bellamente ilustrado para nosotros en la historia de una mujer que se presentó en una cena a la que asistía Jesús. “Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiese con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se sentó a la mesa. Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora... trajo un frasco de alabastro con perfume; y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume” (Lucas 7:36-38).

Esta es una de las escenas más conmovedoras de toda la Palabra de Dios. Esta “mujer de la calle” aparentemente había irrumpido en una cena organizada por un destacado líder religioso. Fue un momento incómodo, pero tuvo mucho que ver con la declaración de Juan: “Amamos porque él nos amó primero”.

“Cuando vio esto el fariseo que le había convidado, dijo para sí: Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora. Entonces respondiendo Jesús, le dijo: Simón, una cosa tengo que decirte. Y él le dijo: Di, Maestro”.

“Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos le amará más? Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado” (7:39-43).

El punto de Jesús para con Simón es claro. Él explica: “Te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama” (7:47).

Esta mujer, devastada emocionalmente por la vida que llevaba, sintió la gracia amorosa de Dios con tanta fuerza que tuvo que amar a Jesús en correspondencia. Entonces, inició un acto de sacrificio de amor, uno que le costó mucho. Con mucho gusto pagó el precio no sólo en términos del costoso ungüento, sino también de su propia dignidad. Es posible que los demás en la mesa se sintieran avergonzados, pero a ella se la celebra desde siempre por su profunda ternura hacia el Salvador.