CORAZONES CAUTIVADOS POR EL AMOR DEL SALVADOR

David Wilkerson (1931-2011)

“He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones. No gritará, ni alzará su voz, ni la hará oír en las calles” (Isaías 42:1-2).

Este pasaje trata completamente sobre Jesús. El Espíritu Santo se había movido sobre el profeta Isaías para traer una revelación de cómo sería Cristo cuando venga y la imagen que surge de estos versículos es clara: Cristo no vendría con un fuerte clamor o ruido. Más bien, vendría como un Salvador tierno y amoroso.

Leemos el cumplimiento de la profecía de Isaías en Mateo 12:14, donde vemos a los fariseos planeando matar a Jesús porque había sanado a un hombre en el día de reposo. Cuando Jesús se enteró de esto, se “se apartó de allí”. No tomó represalias ni intentó vengarse, aunque pudo haber enviado a una legión de ángeles para enfrentar a sus enemigos en el acto.

Este espíritu tierno, dice Mateo, revela el cumplimiento de la profecía de Isaías: “No contenderá, ni voceará, ni nadie oirá en las calles su voz” (Mateo 12:19). Entonces, ¿qué hizo Jesús después de retirarse silenciosamente de Jerusalén? La Palabra dice que inmediatamente salió de la ciudad y continuó sanando a todos los que se agolpaban sobre él: “Le siguió mucha gente, y sanaba a todos” (12:15).

Jesús instruyó a la gente: “No le digan a nadie acerca de los milagros que ven”. Incluso después de sanar a dos hombres ciegos, Cristo les dijo que no lo contaran (Mateo 9:30). Verás, Jesús no quería que la gente lo siguiera por sus milagros. Él quería su devoción porque sus tiernas palabras habían capturado sus corazones.

Jesús quería que todos, incluidas todas las generaciones futuras, supieran que él vino al mundo como un Salvador: “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Juan 3:17). Hoy, enfócate en el amor del Salvador y su gran dádiva de salvación para toda la humanidad.