Confiando que Dios Acabará Nuestras Batallas

David Wilkerson (1931-2011)

Durante años, los israelitas habían deseado ser gobernados por un rey humano y finalmente Dios lo permitió. Le dijo al profeta Samuel que ungiera a Saúl para que gobernara sobre Israel: “Tomando entonces Samuel una redoma de aceite, la derramó sobre su cabeza, y lo besó, y le dijo: ¿No te ha ungido Jehová por príncipe sobre su pueblo Israel?” (1 Samuel 10:1).

Samuel estaba diciendo, en esencia: “El Señor está contigo, Saúl. Eres una vasija escogida, elegida por la mano por Dios”. Además, Dios bendijo inmediatamente a Saúl con un corazón para cumplir su llamado: “Le mudó Dios [a Saúl] su corazón… y el Espíritu de Dios vino sobre él con poder, y profetizó entre ellos” (10:9-10).

¿Quién no querría que un hombre así fuera su rey? Saúl era humilde, valiente, bien parecido, favorecido por Dios. En otras palabras, el modelo de un líder piadoso. Sin embargo, increíblemente, este hombre ungido moriría en total rebelión. Entonces, ¿qué fue lo que hizo que Saúl descendiera en un espiral?

El momento crítico de Saúl llegó cuando Israel se enfrentó a los filisteos, un enemigo desalentador; y Saúl se adelantó a la dirección de Dios hacia la batalla. Actuó con miedo, no con fe; y cometió un pecado tan grave contra el Señor que resultó en la revocación de su nombramiento como rey. ¿Por qué? Como Dios sabía que desde ese día en adelante, Saúl le ofrecería una fe muerta, maquinaría y manipularía cualquier situación que surgiera. (Lee esta historia completa en 1 Samuel 13).

Dios conoce el corazón de cada persona y él nunca llega tarde para ayudarnos en nuestra batalla. La incredulidad es mortal, sus consecuencias son trágicas, esto está claro en la vida de Saúl. Desde el momento en que tomó la trascendental decisión de tomar el asunto en sus propias manos, su vida fue cuesta abajo.

Amados, ¡anímense! Hay buenas noticias para cada creyente en esta era del Nuevo Pacto. Dios nos asegura que todos los que se aferren a la fe y crean en él serán honrados, sin importar cuán desesperada parezca la situación. “Para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 Pedro 1:7).