Bienvenidos a Casa por el Amor del Padre

David Wilkerson (1931-2011)

Yo creo que el hijo pródigo en Lucas 15:11-32 volvió a casa debido a su historia con su padre. Este joven conocía el carácter de su padre y debe haber recibido un gran amor de él. ¿Por qué volvería con un hombre que podría ser vengativo y ser enojado, que podría golpearlo y hacerle devolver cada centavo que había derrochado?

El hijo pródigo seguramente sabía que no sería condenado por sus pecados. Probablemente pensó: “Sé que mi padre me ama. No me echará en cara mi pecado. Él me traerá de vuelta”. Cuando tienes ese tipo de historia, siempre puedes volver a casa.

Ahora, el joven tenía la intención de ofrecer una sincera confesión a su padre porque la ensayó todo el camino a casa. Sin embargo, cuando se enfrentó a su padre, ni siquiera tuvo la oportunidad de confesárselo por completo. “Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó” (Lucas 15:20). El padre estaba tan feliz de que su hijo estuviera de regreso que lo cubrió de besos, esencialmente diciendo: “Te amo, hijo. Vuelve a casa y sé restaurado”.

El padre hizo todo esto antes de que su hijo pudiera completar su confesión. El joven pudo soltar el comienzo de su discurso, pero su padre no esperó a que él terminara. Para él, el pecado del joven ya estaba resuelto.

Observa cómo el padre del hijo pródigo “le impidió” castigarse a sí mismo o rebajarse respecto a la bendición de los bienes. La respuesta del padre fue dar la orden a sus sirvientes: “Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado” (Lucas 15:22-24). Para este padre, el pecado no era el problema. El único asunto en su mente era el amor. Él quería que su hijo supiera que era aceptado antes de que pudiera siquiera pronunciar una confesión.

Ese es el punto que Dios quiere hacernos a todos. “¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?” (Romanos 2:4). El amor de Dios nos da la bienvenida a casa.