Aprendiendo a Hablar Bien de Otros

David Wilkerson (1931-2011)

“Clamarás, y dirá él: Heme aquí. Si quitares de en medio de ti el yugo, el dedo amenazador, y el hablar vanidad” (Isaías 58:9).

La razón por la que oramos, ayunamos y estudiamos la Palabra de Dios es para ser escuchados en el cielo. Pero el Señor atribuye un gran “si” a esto. Él declara: “Si quieres que te escuche en lo alto, entonces tienes que mirar los asuntos de tu corazón. Sí, te escucharé, si dejas de señalar con el dedo a los demás, si dejas de hablar irrespetuosamente sobre ellos”.

Es un gran pecado a los ojos de Dios que nosotros hablemos de manera que ensucie la reputación de otra persona. Proverbios nos dice: “De más estima es el buen nombre que las muchas riquezas, y la buena fama más que la plata y el oro” (22:1). Una buena reputación es un tesoro que se construye cuidadosamente con el tiempo. Sin embargo, podemos destruirlo rápidamente con una sola palabra difamadora de nuestra boca.

David hizo una determinación consciente de cuidar su lengua: “He resuelto que mi boca no haga transgresión” (Salmos 17:3). “Pon guarda a mi boca, oh Jehová; Guarda la puerta de mis labios” (Salmos 141:3).

Nuevamente, David exhorta: “Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Jehová, roca mía, y redentor mío” (Salmos 19:14).

Tú puedes preguntarte: “¿Es realmente posible controlar la lengua, para no pecar con la boca?” Nuevamente, David responde con este testimonio: “Yo dije: Atenderé a mis caminos, para no pecar con mi lengua; guardaré mi boca con freno, en tanto que el impío esté delante de mí” (Salmos 39:1). Él dice, en esencia: “Cada vez que monto un caballo, tengo que poner una brida en su boca. Y tan seguramente como hago eso con mi caballo, tengo que hacerlo con mi lengua”.

Amados, ninguna persona que lea este mensaje es demasiado santa para prestar atención y hacer un cambio. Todos hemos juzgado mal a las personas, ya sea a sabiendas o sin saberlo; y hemos hablado de formas que no deberíamos haberlo hecho. ¡Pero hay buenas noticias! Si te arrepientes ante el Señor, en su amor y gracia, él te dará un corazón renovado y la fuerza para rechazar toda palabra de maldad.