Apartados para los Propósitos de Dios

Gary Wilkerson

Cuando las almas perdidas de este mundo enfrentan serias crisis de vida y no tienen ninguna fuente de esperanza, la iglesia de Cristo debe representar la diferencia que están buscando. Nuestras vidas deben distinguirse por la esperanza, la alegría, la paz, el amor y el dar. Pero muchos seguidores hoy han borrado esas distinciones arrastrándose hacia una línea de transigencia e incluso cruzándola. Como resultado, los perdidos y los heridos ven la vida de los cristianos como si no fuera diferente de la suya.

Jesús tocó este asunto  cuando dijo a sus discípulos: “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él… La paz os dejo, mi paz os doy” (Juan 14:23, 27). Jesús esencialmente dijo: “Ustedes han visto que la paz que ofrezco no es recibida por el mundo. Les he demostrado los valores de mi reino: cómo vivir, creer, caminar y servir al Padre. Esos valores están en un contraste radical con los del mundo y ustedes deben vivir según los valores de mi reino”.

Cuando Dios habla de apartarse del mundo, no quiere decir alejarnos de él. La separación que desea tiene lugar en el corazón. Sucede a través de la revelación de Dios y su gloria permanece con nosotros incluso en nuestros tiempos difíciles.

Cuando el profeta Isaías entró en el templo, vio la gloria de Dios: “Vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo” (Isaías 6:1). Esa visión sagrada puso a Isaías rostro en tierra con humilde asombro y dijo: “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (6:5).

En ese momento, Isaías reconoció la separación de Dios y el Señor le dijo: “Te he separado para mis santos propósitos. Te envío a predicar mi palabra a un pueblo corrupto que se resistirá a ti, pero podrás soportarlo porque has visto mi gloria. Has visto la naturaleza del Dios que te ha llamado”.

La belleza de nuestro Dios es paradójica: santa y pura pero íntima y afectuosa. Él está por encima de nosotros y con nosotros: y nos da una paz que nunca podríamos encontrar por nuestra cuenta. ¡Él es un Dios digno de nuestra confianza en y a través de todas las cosas!