​UNA LECCIÓN DE LA HIGUERA

David Wilkerson (1931-2011)

En los últimos días de su ministerio, Jesús estaba pasando tiempo con sus discípulos, preparándolos para convertirse en los pilares de su futura iglesia. Todavía eran “tardos para creer”, hombres de poca fe; y Jesús los había reprendido algunas veces por su incredulidad. Él vio que había obstáculos en sus corazones que necesitaban ser removidos de lo contrario nunca llegarían a la revelación necesaria para guiar a la iglesia.

Cuando pasaron por delante de una higuera estéril, Jesús la maldijo: “Entonces Jesús dijo a la higuera: Nunca jamás coma nadie fruto de ti. Y lo oyeron sus discípulos” (Marcos 11:14). Más tarde, cuando el grupo llegó junto a la higuera por segunda vez, Pedro señaló: “Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado” (11:21). Jesús le dio a Pedro una respuesta asombrosa. En realidad, sin dar una respuesta real, simplemente dijo: “Tened fe en Dios” (11:22).

Este árbol seco fue un sermón ilustrado por Cristo. ¿Qué significaba? Significaba el rechazo de Dios al antiguo sistema religioso de obras en Israel, que consistía en tratar de ganar la salvación y el favor de Dios mediante el esfuerzo humano y la voluntad propia.

Algo nuevo estaba por nacer en Israel: Una iglesia en la que la salvación y la vida eterna vendrían sólo por fe; de hecho, caminar diariamente con el Señor sería un asunto de fe. Sin embargo, hasta este punto, el pueblo de Dios no sabía nada acerca de vivir por fe. Su religión se había centrado por completo en los logros y en guardar extensos conjuntos de reglas. Ahora Jesús estaba diciendo: “Ese viejo sistema ha terminado y un nuevo día está amaneciendo”. La iglesia de la fe estaba naciendo y los discípulos de Cristo estaban siendo entrenados para el liderazgo.

En el pasaje acerca de la higuera, Jesús se refiere a un monte sin nombre: “Cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho” (11:23).

Tu monte puede ser un pecado acechante, una enfermedad, un temor, un desánimo. Jesús te está diciendo: “La incredulidad es en tu corazón, como un monte que obstaculiza, pero quiero hacer lo imposible en tu vida. Simplemente confía en mí”.