​INCLUSO EN TU PEOR DÍA

Gary Wilkerson

Santo y ungido: estos dos elementos importantes de la vida de Jesús están destinados a ser parte de nuestras vidas también. Somos llamados a ser santos y ungidos, pero algunos cristianos pueden sentirse intimidados por esto. “Yo vivo una vida moral y hago todo lo posible por ser piadoso, ¿pero santo? ¿Y ungido? ¿Cómo puede suceder eso, considerando todos mis fracasos?

Directamente de la pluma de Pedro viene esta instrucción: “Escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:16). La única forma en que esto podría lograrse es si Jesús nos diera su propia santidad y unción. ¡Y eso es exactamente lo que él hizo a través de su sacrificio perfecto por nosotros!

Durante treinta y tres años, Cristo vivió en la tierra, reflejando perfectamente motivos, palabras y acciones sin mancha. Si hubiera sido culpable de un solo pecado, no podría haber pagado por todos nuestros pecados. Pero a través de su vida perfecta en la tierra, su pago por los pecados de todo el mundo es completo y sin límites.

La obra de Cristo por nosotros, su crucifixión, muerte y resurrección, hizo más que limpiarnos del pecado. Él también nos impartió su justicia. Piensa en lo asombroso que es esto: mientras todo nuestro pecado está sobre él, toda su justicia está sobre nosotros. Uno de los pecados de los que debemos ser limpiados es la profunda creencia de que nuestro comportamiento nos hace justos. Nunca podremos ganar nuestro camino a un nivel más alto de justicia; somos hechos justos sólo por él.

Pablo testifica: “Ya no me apoyo en mi propia justicia, por medio de obedecer la ley; más bien, llego a ser justo por medio de la fe en Cristo. Pues la forma en que Dios nos hace justos delante de él se basa en la fe” (Filipenses 3:9, NTV).

Tal vez te sientas santo en los días en que las cosas van bien; eres adorador y consciente de Dios en todos los sentidos. Pero no confundas aquello con un estado de santidad, porque nunca podrás ser más santo de lo que la sangre de Jesús te hace, incluso en tu peor día. Por su poder, tú eres su testigo digno, no sólo en los buenos tiempos sino también en los malos. Su sacrificio te libera del pecado y te hace justo.